La realidad económica de nuestro mundo cada vez más conectado es que los países están en mejores condiciones si reducen sus barreras comerciales y tratan de especializarse en la producción de bienes en los que tienen una ventaja comparativa.

La próxima lucha encarnizada en torno al comercio está cobrando fuerza en el Capitolio, esta vez a causa de un pacto comercial con seis países de Centroamérica que, en conjunto, tienen una economía combinada de menores dimensiones que la de Connecticut.

El Tratado de Libre Comercio para Centroamérica (Cafta) abriría negociaciones de comercio entre Estados Unidos y El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y República Dominicana.

El Cafta está lejos de ser un pacto comercial de naturaleza perfecta, si es que alguna vez existió algo similar, pero aun así merece la aprobación del Parlamento.
Entre los oponentes hay muchos demócratas, sindicatos laborales y la industria del azúcar en Estados Unidos, y algunos de sus argumentos son mucho mejores que otros.

Uno de los grupos de presión más poderosos, la industria azucarera, se queja de que el Cafta traería 109.000 toneladas de azúcar importada al país cada año para competir con el producto local. Eso es cierto, y a eso decimos: “venga”.

La industria estadounidense de la remolacha es uno de los sectores agrícolas más protegidos en el mundo, y eso ya dice algo. Los consumidores estadounidenses están pagando precios inflados por el azúcar, y es infortunado que el Cafta no quiera hacer más para compensar esa situación.

Como están las cosas, la llegada de más azúcar de Centroamérica tan solo representaría el uno por ciento del consumo local.

Una de las quejas más preocupantes es que el gobierno del presidente Bush no ejerció presión sobre los países centroamericanos para que vincularan más vigorosamente los derechos laborales con el acuerdo de comercio. El pacto no incluye una cláusula para penalizar a países que no estén haciendo valer leyes laborales, y el presente gobierno de Estados Unidos pudo haberlo hecho mejor.

No obstante, el Cafta aún podría ser beneficioso para los trabajadores centroamericanos. Más empleos en fábricas en estos países pobres harían maravillas al suministrarles opciones a personas con bajos ingresos o sin ningún ingreso en absoluto. Negarles a los pobres en Centroamérica los beneficios de un mejor acceso al mercado estadounidense ciertamente no es la forma de sacarlos de la pobreza.

El argumento más persuasivo en contra del Acuerdo Centroamericano de Libre Comercio, con todo, es que absorbería una profusión de empleos estadounidenses en manufacturas que terminarían en Centroamérica. De cualquier forma, eso ya está ocurriendo; industrias como la de la manufactura de textiles seguirán emigrando a naciones donde se paguen salarios más bajos. La realidad económica de nuestro mundo cada vez más conectado es que los países están en mejores condiciones si reducen sus barreras comerciales y tratan de especializarse en la producción de bienes en los que tienen una ventaja comparativa. Lugares como Estados Unidos y Europa no pueden competir con El Salvador con respecto a quién puede hacer camisetas más baratas.

Los países pobres tienen mano de obra barata para la manufactura que no requiere de especializaciones. Estados Unidos y Europa tienen la ventaja en negocios que requieren de alta tecnología, trabajadores altamente especializados, buena transportación y un sofisticado sistema legal. Esa clásica fórmula de libre comercio, con todo el dolor que ocasiona en el corto plazo, proporciona una ganancia global en la prosperidad general de la economía.

Nada de lo anterior constituye una excusa para ignorar a los trabajadores estadounidenses que se ven afectados negativamente. El subsecretario de Comercio de Estados Unidos, Robert Zoellick, dijo en un discurso reciente que sería un error “dejar a cientos de miles de centroamericanos en la pobreza e impotentes debido al miope proteccionismo de los sindicatos laborales de Estados Unidos”. Estaba en lo correcto, pero debería haber ido un paso más lejos. También deberíamos brindarles ayuda a los trabajadores estadounidenses cuyos empleos se están yendo al sur, para que también salgan beneficiados del libre comercio en escala mundial.

© The New York Times News Service.