Hace algunos días leí una declaración, que me dejó pensando, de esa artista de voz aterciopelada y sensual llamada Patricia González, en que afirmaba que llevaba una vida plácida y sosegada, que no le gustaba vivir con estrés y prefería dormir tranquila, pasear, ir a la playa y tomar un buen vaso de vino.
Cualquiera diría que una mujer que ha cosechado tantos triunfos nacionales e internacionales llevaría una vida estresada de espectáculo en espectáculo, con el terror de las grabaciones, la piratería y la venta de CD; pero no es así, ella elige el sosiego, tomarse su tiempo en su trabajo y hacerlo todo a su sabor, y sin embargo esta manera de enfocar la vida no se contradice con el éxito, los logros y la aceptación popular. Inmediatamente me llevó a reflexionar sobre la vida que llevamos en la que un sinónimo de éxito es hacerlo todo rápido, “Lo quiero para ayer”, en que trabajar a presión y a prisa es valorado como índice de eficiencia, en que la tensión y la ansiedad nos carcome el estómago y el dolor de cabeza motivado por el exceso de preocupaciones es la rutina de todos los días. En que hay estrés político, social, económico.
Todo debe ser rápido, higiénico y desechable, hasta los sentimientos; todo debe hacerse a full aunque en el intento solo queden nuestros despojos; todo debe ser a prisa porque la vida cambia y “todo va rápido” en este mundo globalizado en donde lo que ocurre en cualquier lugar del planeta se sabe al instante.
Todo tiene su precio y lo que vale, cuesta. Y hasta hay que cuidarse de todos porque el hombre es el lobo del hombre. Pero, como dice la canción, “solo se vive una vez” y puede llegar el momento en que advirtamos que el tiempo ha transcurrido sin haberlo disfrutado libre de ataduras y prejuicios, sin saber siquiera quiénes somos, sin cumplir los anhelos íntimos y profundos de nuestro corazón, que no siempre tienen que ver con dinero, posesiones o poder. Por eso, completamente identificada con Patricia, creo que la verdad, la felicidad, está en las cosas pequeñas, cotidianas, en aquello que por rutinario y obvio no nos damos cuenta, y quizá percibimos su grandeza cuando lo hemos perdido. Que en ese viaje de la vida, lo mejor es el viaje, ir valorando las pequeñas flores que crecen por el camino, los buenos amigos que suscitan tantas conversaciones inteligentes y nutritivas; los hijos que nos enseñan a amar sin interés y a dar incondicionalmente; la casa, ese hueco íntimo en donde reinamos sin sombras; la naturaleza que expande nuestros sentimientos de grandeza y eternidad; el trabajo, cuando haces lo que te agrada y te estimula, cuando eres parte de un equipo que es útil; los libros en un sofá mullido con una ventana al lado. Honrar lo que somos, amarnos, es una prueba suprema de inteligencia en el arte de la vida.
Una de las cosas que más me gusta y distiende y que suele llevarme a momentos luminosos es mirar la playa con sus olas golpeando verdes, rítmicas, eternas como hipnótico mantra; sentir el aleteo de la eternidad, respirar gaviotas en el cielo azul lavado y, sobre la arena blanca, callado como una promesa, tener un libro esperando.
Gracias, Patricia, por recordarnos lo importante.