He renunciado a comprender los argumentos de los conservadores neoliberales; sus complicadas explicaciones, lo confieso, desbordan mi limitada capacidad de entendimiento.

Cuando se discute sobre millones de personas que en el Tercer Mundo llevan una vida infrahumana, debatiéndose en medio de la pobreza, el hambre y las enfermedades, y se propone que la sociedad intervenga de algún modo, se asignen fondos para los más necesitados, y se dicten reglas para que todos tengan acceso a lo necesario para sobrevivir, entonces nos responden que la moral no puede imponerse sobre las leyes económicas y que la distribución de los recursos es un asunto privado en el que cada individuo deberá tomar sus propias decisiones. Reclaman entonces que no haya escuelas públicas, que los hospitales se autogestionen, que deroguemos todos los subsidios y que en el asunto de la seguridad social cada uno vea lo que hace.

Pero, cuando se discute la suerte de una mujer del Primer Mundo que hace más de quince años perdió su capacidad de razonar, y que en algún momento le pidió expresamente a su esposo que no la condenase a una vida vegetal, entonces dictan leyes expresas para obligar al esposo de esa mujer y al hospital donde está internada, a que la mantengan con vida, sin importar el costo.

La vida de una mujer no debería ser un asunto político. Si alguien me preguntase mi opinión sobre la suerte de la pobre Terri Schiavo, pediría que por favor la mantengan con vida, pero no porque la vida biológica tenga un valor intrínseco, que no lo tiene.
Lo que hace especial la vida humana es eso precisamente, que es humana, y eso quiere decir que somos capaces (o deberíamos serlo) de alzarnos por encima de la vida vegetal, donde todo se reduce a la ingrata tarea de supervivir y reproducirse.

Yo pediría que Terri siga con vida, y que el Estado se haga cargo del costo, por respeto a sus padres, que no pueden aceptar aún que su hija ya no lleva una vida humana. Es algo que ocurre muchas veces cuando agonizan los seres que amamos: entonces algunos parientes aceptan lo inevitable y otros no, y el mayor error es tratar de imponerle a todos el punto de vista de algunos. El esposo de Terri, lamentablemente, no ha comprendido esta verdad, y agotado por el sufrimiento de una mujer a la que quiso y amó, simplemente desea verla descansar. Le faltó el punto de vista más generoso de considerar los sentimientos de sus desgarrados suegros.

Lo que no puedo entender ni aceptar es que el gobierno norteamericano se entrometa en un asunto, este sí, estrictamente privado; y no porque le interese la vida de los más débiles (ese interés brilló por su ausencia en la guerra contra Iraq) sino por demagogia política. Jeb Bush, hermano del Presidente y gobernador de la Florida, se ha convertido con este asunto en un fuerte aspirante a la próxima nominación republicana, y eso es lo que en realidad le interesa al hombre fuerte de la Casa Blanca.

Sospecho que los conservadores neoliberales actúan siempre así, en función de su “realismo” político, y es por eso seguramente que nunca los he podido entender: trato de ser realista, pero detestaría convertirme en un cínico cualquiera.