El ataque contra España fue llevado a cabo gracias al ingenio y a los conocimientos técnicos de un grupo islámico. La información y la coordinación fueron claves para la organización.

El 11 de marzo del 2004, con el uso de objetos cotidianos, apelando a conocimientos tecnológicos y con el apoyo de desarrolladas redes logísticas, una célula terrorista destruyó cuatro trenes en nombre de Dios y la religión. En unos pocos segundos, 192 personas murieron y alrededor de 1.500 resultaron heridas.

A un año del sangriento hecho, ya está claro quiénes lo hicieron y cómo se realizó el ataque pero sigue vigente, como el primer día, el temor de que un nuevo atentado cause más destrucción.

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El operativo comenzó cuando tres hombres descendieron de una camioneta en Alcalá de Henares, 35 kilómetros al nordeste de Madrid. De allí partieron los trenes donde escondieron 13 mochilas que habían sido previamente confeccionadas con explosivos y teléfonos celulares. Estos funcionaron como detonadores ya que, al recibir un llamado y sonar, 10 de las bombas se activaron y el mundo tembló.

Los miembros del grupo fundamentalista contaban con capacitación en áreas como química y tecnología de las comunicaciones, necesaria para poder coordinar los estallidos. Otra de las claves del operativo fue el manejo de las redes de información. Los datos utilizados para organizar la masacre y planear el mayor número de muertes eran de acceso público. Por ejemplo, los horarios y recorridos de los trenes, el diseño de la estación y el momento de mayor presencia de pasajeros. En base a estos conocimientos definieron con anticipación los lugares clave y trabajaron como un equipo completamente ordenado y sincronizado.

Este tipo de manejo de información y organización fue esencial en los atentados que el 11 de septiembre de 2001 destruyeron el World Trade Center y un sector del Pentágono, en Estados Unidos.

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Los terroristas estaban al tanto de los vuelos de distintas ciudades del país, de su recorrido, de las características del objetivo y de su carga simbólica. Principalmente gracias a esos datos y al plan pensado con meses de antelación, pudieron realizar uno de los peores atentados de la historia.

Los teléfonos celulares tuvieron un papel esencial en la detonación de las bombas. Pero también fueron fundamentales para que la policía encontrara la pista de los asesinos, ya que se utilizó una tecnología que permite ubicar con un alto grado de exactitud un móvil encendido. En una de las mochilas que no estallaron, originalmente destinada a destruir la estación de El Pozo, hallaron una tarjeta de teléfono prepaga que abrió las puertas de la investigación.

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De los varios mecanismos que se pueden utilizar para ubicar geográficamente un celular, el más sencillo consiste en situarlo dentro de una celda. Así se llama a los kilómetros cubiertos por una antena, cuyo número y concentración varía según la zona de la ciudad o su instalación en áreas rurales o urbanas. Cuanto mayor es la cantidad de antenas en una sección, más exacta es la localización ya que cada una cubre una superficie menor.

El margen de error de este sistema fluctúa entre 200 metros y entre 20 y 30 kilómetros y, aunque es muy útil en ciertos casos, el sistema llamado GPS (Sistema de Localización Global) suele ser el más utilizado porque la equivocación nunca supera los cinco metros. El GPS recurre a la vía satelital para ubicar a una persona u objeto que cuenta con un transmisor-receptor específico.

Emplea cerca de 24 satélites que giran en órbitas a una altura de casi 20.000 kilómetros de la tierra y cubren el espectro de toda su superficie.

A un año del atentado, el temor de un nuevo ataque continúa asustando al mundo. Aunque se están tomando las medidas necesarias para prevenir otra tragedia, es difícil imaginar cómo podría el terrorismo utilizar los conocimientos que la ciencia provee con fines de paz.

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Para más información, vea Masacre en Madrid, el viernes 11 de marzo a las 9 p.m. en Discovery Channel.