La técnica de contar a los asistentes a una marcha o manifestación se ha desarrollado muchísimo en el mundo contemporáneo, pero lamentablemente en nuestro medio desconocemos aún sus secretos.

Por ejemplo, existe una regla que casi no se la consideró en el reciente debate sobre el número de asistentes a las marchas en Quito y Guayaquil: para el gobierno de turno es más fácil organizar una marcha que para la oposición. El Estado central dispone de recursos tan vastos que casi debería ser obligatorio que las concentraciones o movilizaciones del régimen de turno sean siempre exitosas, así se trate de un gobierno impopular. El que asiste a una marcha oficial sabe que la policía no lo reprimirá, que habrá ciertas comodidades y que probablemente hasta reciba una recompensa. Eso sin tomar en cuenta las represalias que le esperan si decide no acudir.

Por eso, que las dos marchas del Gobierno no hayan superado a las de la oposición (en Guayaquil la diferencia fue abrumadora), es un índice de la profunda debilidad de Lucio Gutiérrez.

Veamos ahora el otro lado de la medalla: ¿cuántas personas marcharon contra el Gobierno en Guayaquil y Quito los últimos quince días? Según los organizadores, 250.000 en Guayaquil y 150.000 en Quito. Pero mucho me temo que sean cálculos muy exagerados. En un metro cuadrado de calle o de plaza no caben cinco personas como se ha dicho. Un aprovechamiento tan eficiente del espacio no se produce ni siquiera en el lecho del amor. Expertos venezolanos del grupo Crónica (encargado de evaluar las movilizaciones contra Hugo Chávez), estiman que en una marcha participan en promedio menos de dos personas por metro cuadrado (1,95 exactamente). En una concentración, donde la gente no camina sino que escucha a los oradores, el número podrá ser algo mayor en las cercanías de la tarima (alrededor de cuatro personas por metro cuadrado, aunque lo ideal sería tomar fotos aéreas para no equivocarse), pero la cifra disminuirá progresivamente en los alrededores. Asimismo, en días calurosos o de lluvia, la densidad se reduce, como ocurre también si hay muchas banderas y pancartas.

Pero agreguemos también que el que marcha por una causa política vale por cinco de los que acuden a depositar su voto solamente, o cincuenta de los que asisten a un partido de fútbol solo para divertirse. Los que participan en una marcha de protesta se arriesgan a que los identifiquen políticamente, a que los atropellen, a que los hagan correr, incluso a que les disparen, de tal manera que no minimicemos nunca una marcha ni siquiera de cien descontentos.

¿Lo hará Lucio Gutiérrez? Hasta ahora, sus éxitos se han debido más a la debilidad de sus opositores que a su capacidad para contener su ambición. Pero quizás eso esté cambiando. Una colega me hizo ver que el día de las marchas en Quito, el Presidente no se atrevió a bajar del balcón en el Palacio de Gobierno ni siquiera con una plaza llena de supuestos simpatizantes. Se lo vio con temor. Pero cuando en esa misma Plaza alguien gritó “reelección”, y unas cuantas voces acompañaron de mala gana el grito, el Coronel sonrió satisfecho, y no pude evitar el sentimiento lúgubre de que pronto, muy pronto, olvidará de nuevo cómo contar a los descontentos.