Navidad en TC Televisión  es abstenerse de gabardina. Rodolfo Baquerizo, apóstol del dicterio, quiso ser bueno en estas fiestas. Al principio de la semana se impuso mesura y anunció que, por una ocasión y en homenaje al Niño Dios, no entregaría aquel peculiar y vituperante trofeo de su invención, la gabardina de la semana, que es un pretexto para el ejercicio ritual, virulento y desaforado de la agresión verbal.  Algo de reprochable verá Baquerizo en su conducta, cuando la considera inapropiada para estos días. Lo mismo que esos cines porno que, cuando llega la Semana Santa, sustituyen Garganta profunda por El Mártir del Calvario.

En todo caso, los buenos propósitos apenas duraron hasta el martes. Ese día, la atroz noticia del violento padre que envió a su hija moribunda al hospital tras golpearla con una silla, nos horrorizó a todos. Y como a Baquerizo el horror le vira el hígado, ahí mismo quebró sus navideñas intenciones al grito de hijo de la grandísima y otras linduras del mismo calibre.

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Solo era cuestión de empezar. Arrebatado, Baquerizo siguió y siguió. Pasó del asesino a otros enemigos y dirigió sus ultrajes contra una persona que lo ha criticado por sus exabruptos. ¿Quién? No lo dijo. Lo identificó, simplemente, como “ese histérico”. Peor aún: “histérica”, porque Baquerizo piensa que un insulto es doblemente infamante si se lo aplica en femenino.

Dijo, en fin, que la histérica que lo critica por decir hijo de la grandísima a un asesino, seguramente es de la misma calaña. Como si el tema de discusión fuera la calidad moral de la gente, y no las miserias de un ejercicio periodístico que atiza la crispación y promueve la beligerancia social. Baquerizo se sirve del periodismo para desahogarse y, de paso, nos envenena un poquito cada día.