No hay mayor virtud que aceptar las propias limitaciones y actuar en consecuencia, explotando al máximo otras aptitudes que los demás probablemente desconocen: habilidad para sugerir, mantenimiento del ritmo narrativo, buena dirección de actores y acierto para rodearse de buenos profesionales.

Es lo que puede decirse del hasta ahora intrascendente Joseph Ruben, director de películas desaplomadas como Durmiendo con su enemigo, El buen hijo y Retorno al paraíso.  Misteriosa obsesión cuenta con todas sus virtudes y no demasiados defectos.

Al principio de este filme vemos a Telly Paretta (Julianne Moore), una madre que, luego de dos años de terapia, aún no logra reponerse por la pérdida de su hijo, de 8, que falleció en un accidente aéreo.

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Sus esfuerzos mentales por no olvidar esta tragedia ocurrida catorce meses atrás y, por el contrario, el empeño del marido por pasar la página y superar el dolor, hacen del primer tercio del filme un interesante drama, colmado de dudas e intrigas, en el que destacan los buenos diálogos del guionista Gerald di Pego.

Pero Telly se sumerge en un gran desconcierto cuando, en un momento de crisis, su psiquiatra le asegura que dicho hijo nunca existió y que sus recuerdos del pasado son solo creaciones de su delirio.

Que se trata de un serio problema mental, que le ha hecho alucinar la existencia y posterior muerte del niño. La protagonista, obviamente, no cree en lo que él le dice, ni siquiera cuando su esposo Jim (Anthony Edwards) insiste en confirmárselo.

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Entonces, sin darse por vencida, comienza una inquietante investigación para descubrir la verdad, la cual podría atentar contra su vida y la de todos los que intervengan en su ayuda.

Así, un primer vuelco de guión saca a relucir la misteriosa obsesión del título para encuadrar al filme en el campo de la intriga política. Y un segundo giro en el tercio final introduce la historia en un sorprendente terreno al que no calificaremos para no proporcionar más pistas de las necesarias sobre las sorpresas que depara la trama.

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Misteriosa obsesión es una de esas entregas cuyos fragmentos son mejores que el conjunto. La cinematografía es muy competente, con el manejo eficaz de encuadres siniestros e inquietantes, que exaltan la inestabilidad mental de Telly y sus averiguaciones. Las actuaciones son buenas, con Julianne Moore desplegando su usual talento se sacó la espina de su mal desempeño en la comedia Hasta que la ley nos separe; con Dominic West, aventurándose con un papel de antihéroe que bordea en lo desagradable, pero sin por ello ganarse la antipatía del público; y Gary Sinise que, como siempre, nunca se sabe de qué lado está.

Pero esos esporádicos centelleos de originalidad no logran compensar el hecho de que el guión, que bien arranca, termine siendo inconsistente y con serias deficiencias (excesivas explicaciones y revelación prematura de detalles que ofrecen demasiadas pistas sobre la intriga).

Lo que comienza como un sólido misterio se desmorona a medida que avanza, con serios vacíos de credibilidad. Y lo más frustrante es que la resolución final es totalmente insatisfactoria. Más aún cuando la dirección de la cinta se muestra indecisa sobre el tono que debe aportar. De seguro, esta no formará parte del elenco de películas que aparecen como obras de arte imperecederas.