Cuando era niño, conocí a una señora bastante mayor que hablaba al teléfono como si su voz tuviera que vencer la distancia que la separaba de su interlocutor, como si necesitara hacer esfuerzos para que el mensaje le fuera claro e inteligible.
Decía lo mínimo indispensable y gritaba sus monosílabos y frases cortas con la boca pegada al aparato, pues todavía conservaba el sentimiento de extrañeza que experimentó la primera generación del teléfono ante la nueva tecnología. Antes de las comunicaciones electrónicas, la distancia era un factor decisivo en el proceso de transmisión de mensajes. Hoy en día, casi cualquier niño sabe que, cuando se habla por teléfono (o por televisión), da lo mismo estar en China que en el cuarto de al lado.

Cuando escucho las transmisiones de la Eurocopa por Telesistema, me acuerdo de esa señora. Con frecuencia se señala que los narradores y comentaristas de esos partidos se conducen como gente de radio. Eso es verdad, pero creo también que su estilo tiene alguna relación con aquella primera generación del teléfono o, más concretamente, del megáfono: hablan como si estuvieran frente a un enorme auditorio y les costara gran esfuerzo hacerse escuchar por el público de las últimas filas, es decir, como si hubiera una distancia que vencer. La realidad es que la mayoría de sus televidentes se encuentra a menos de tres metros del parlante de sus televisores.

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“¡Cómo les va amigos del Ecuador, de mi país entero, en Costa, Sierra, Oriente, región insular de Galápagos, en las calles de mi patria, en los hogares de mi país, en los centros comerciales de las ciudades de Guayaquil, Quito, Cuenca, Machala, Ambato, todo, todo, todo Ecuador, todo Ecuador, todo Ecuador con la señal de Telesistema en tiempo de Eurocopa!”.

Como se ve, el problema con los gritos es que su retórica resulta bastante reiterativa y limitada. A gritos se puede anunciar, pero no conversar.