Construido hace 74 años, el condominio alberga en la actualidad a 400 familias

Detrás de la puerta de madera carcomida por el tiempo y las polillas, sábanas, pantalones jeans y blusas que cuelgan de largos cordeles impiden la visibilidad de las pequeñas viviendas ubicadas en la planta baja y los tres pisos de los dos primeros bloques de las Casas colectivas, en las calles Gómez Rendón y Avenida del Ejército.

En el lugar, que cobija dos bloques más entre las intersecciones de las calles José Mascote, Maldonado y el pasaje García Moreno, 400 familias comparten dentro de cuatro paredes historias disímiles.

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De un departamento esquinero, dotado de dos dormitorios, aparece la figura de Cecilia Bautista, quien vive hace 18 años en los condominios con su esposo y dos hijas.

Pero su vivencia dentro del bloque 1 la inició a sus 7 años, cuando junto a su madre llegaron al vecindario.

“La vida en los bloques 1 y 2 es tranquila”, afirma, con la certeza de ser una de las inquilinas más viejas.

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Sin embargo, reconoce sus carencias. Un obsoleto alcantarillado provoca que cuando llueve el agua ingrese a los departamentos de 30 metros cuadrados.

El servicio de agua potable es bueno, siempre y cuando no se averíe la vieja bomba que los propios inquilinos debieron reparar hace dos meses. Así lo explica Blanca Navarrete, una moradora que habita allí hace 36 años.

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Tampoco hay problemas con la luz porque cada casa tiene un medidor, aunque su propietario, el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), les cobra un canon de 5 dólares mensuales por la luz de los pasillos.

Pero los bloques, construidos hace 74 años, esconden vivencias y necesidades.

Las deterioradas escaleras que conducen a los pisos armonizan con el aspecto deprimente que generan las paredes rayadas con frases y garabatos.

El cableado de luz se desparrama entre las paredes que no se pintan hace tres años.

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El descuido lo complementa el parque, que a más de los dos columpios, el sube y baja y el pasamanos, está rodeado de maleza y la basura que lanza uno que otro vecino desde la ventana de algún piso. Esto sirve de escondite para las ratas que por las noches realizan maratónicas carreras.

Un mundo aparte lo constituye el pasaje García Moreno, donde un lunes por la mañana es fácil confundirse con la mezcla de ritmos musicales que se escapan por las ventanas. La diversidad va desde un romántico José José hasta una canción country, pasando por los temas de Aladino.

La bulla empieza desde el jueves, según dos de los policías que pertenecen al Puesto de Auxilio Inmediato instalado en las inmediaciones del parque.

“Beben desde las 20h00 y, a las 02h00, cuando están ebrios, comienzan las peleas y los escándalos, por lo que nos vemos obligados a sancionarlos”, explica el cabo Renán Santana.

A esa hora pasa de todo, aclaró una ex inquilina, quien luego de vivir 10 años decidió cambiarse porque estaba cansada de los robos y los consumidores de drogas que se paran en cualquier esquina.