El Ministerio de Educación decidió prohibir la fiesta de Halloween, por antinacional y alejada de las costumbres propias de nuestro país, y la reemplazó por la fiesta del Escudo Nacional. En otros términos, se declaró la muerte a la fiesta de las brujas, de los disfraces y las calabazas.
Dice la historia que fueron los celtas, antiguos habitantes de Gran Bretaña, los que festejaron cada 31 de octubre a un tal Samhain, dios de los muertos. Esa noche los druidas de la tribu se ponían en contacto con los difuntos. Con esta singular fiesta se terminaba el año celta. Pero con la invasión románica, la religión de los celtas se fundió con la de los césares; sin embargo, sobrevivió la fiesta originaria y se fusionó con la Pompona, dedicada a la diosa de la fertilidad.
Con el cristianismo, la fiesta halló un rival fuerte, cuando el papa Gregorio III decidió trasladar la Fiesta de todos los Santos al 1 de noviembre de cada año. De esta manera, la “noche de los muertos” de los celtas se convirtió, por obra del papado, en la “vigilia” cristiana de una de las celebraciones más importantes de la Iglesia Católica.
Entonces se la denominó All Hallow’s Even o “Vigilia de todos los Santos”. Con el paso del tiempo, la pronunciación fue modificándose, y hoy por hoy se la conoce como fiesta de Halloween, que tanto gusta a los niños y niñas de todo el mundo, y tanto disgusta a las autoridades ministeriales.
Nadie duda la importancia del Escudo, el Himno y la Bandera, como representaciones simbólicas de la patria. Son íconos que merecen respeto y difusión, a través de actos, debates, proclamas y desfiles dentro de los diferentes escenarios destinados para la educación cívica, tan venida a menos en los últimos tiempos. Pero, las otras representaciones sociales y religiosas, por extrañas y diferentes a nuestra impronta, no pueden ser eliminadas por decreto.
Recuérdese que casi siempre las prohibiciones de este tipo provocan reacciones contrarias, sobre todo, cuando las tradiciones, unidas a las lógicas del mercado, han enraizado comportamientos y actitudes culturales. Un caso asimismo patético fue la prohibición del carnaval con agua.
Según un reporte de Unicef del Canadá, la campaña de Halloween comenzó en 1950 en Estados Unidos, cuando los escolares de Filadelfia llamaron a las puertas de los vecinos para recaudar monedas en cartones de leche decorados. Su objetivo era ayudar a los niños del mundo.
En el primer año recaudaron 17 dólares. Con el paso del tiempo, Unicef ha recaudado más de 188 millones de dólares, que se han repartido en 160 países, en medicamentos, agua potable, nutrición y materiales didácticos. Pero no se contentan los niños con ponerse disfraces sorprendentes y pasearse con la cajita anaranjada bien conocida.
También participan en manifestaciones educativas divertidas que les permite aprender a comprender mejor los derechos de la infancia y los grandes problemas que sufren los jóvenes de todo el mundo, especialmente la pobreza, las enfermedades mortales o los conflictos armados.
Dejemos entonces en paz a las brujas y hagamos algo para que más bien las brujas salven a más niños de la indigencia y la exclusión.