A José de la Cuadra –cuyo aniversario de su muerte, 27 de febrero de 1941, y cuyo centenario de su nacimiento, 3 de septiembre de 1903, motivan, con amplia razón, testimonios y homenajes de diferente índole a lo largo del año en curso– hoy por hoy se lo considera uno de los narradores que más surco ha dejado en la historiografía literaria ecuatoriana del siglo XX.
Poco a poco ha venido reclamando para sí, y para al menos una de sus obras, lo que Jorge Luis Borges identificó como los atributos de un clásico:
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“Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo ha decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término. ... Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”.
Borges hablaba de Martín Fierro (1872/1879) de José Hernández. Libro que en tantos sentidos ha llegado a convertirse en definidor de la identidad argentina. Libro también que ha suscitado a lo largo de los años diferentes lecturas y no pocas polémicas. Libro, además, que ha sido usado ideológicamente para fomentar esta o aquella actitud histórica frente a la actualidad y al pasado argentino.
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Me pregunto si en el imaginario social ecuatoriano, al menos en el costeño, Los Sangurimas. Novela montuvia (1934) de José de la Cuadra, ha logrado convertirse en ese tipo de libro de que habla Borges. ¿Qué hay en esa novela montuvia que invita nuevas lecturas, que hacen de ella una obra canónica de nuestras letras? ¿En qué radica su vigencia?
Propongo que, para empezar, José de la Cuadra resuelve problemas de desajuste entre forma e ideología. Algo que, por ejemplo, no está resuelto en María Jesús (1919), la Breve novela campesina del popular poeta guayaquileño, Medardo Ángel Silva. Un cotejo de las dos obras revelaría que en ambas hay elementos autóctonos. Incluso que en 1919 el mundo rural, asociado más tarde con De la Cuadra y sus coetáneos, está ya presente en Silva. Lo diferente es que en la narración del poeta/protagonista se da la paradoja del nativo que entra en su propia tierra con los atributos de una cultura dominante, importada, propia de un mundo exótico. Sentido de dislocación más desconcertante aún si se tiene presente la extracción humilde del autor.
De la Cuadra logra superar (¡tamaño esfuerzo!) esa paradoja y hace suya la realidad que interpreta, le da una forma original, propia. A ello se debe en gran parte que su “novela montuvia” siga teniendo vigencia, vigencia cultural y literaria. Crear formas propias de ser y narrar no es tarea fácil, y ese es el gran legado de Los Sangurimas. ¡Que ha habido quienes supieron aprovechar ese legado, no viene al caso!
El próximo domingo se publicará la parte final.