Nadie se escapa del amor. Todos, en cualquier momento y lugar lo experimentan. Es ese “flechazo” o “embobamiento” que produce sensación de vacío en el estómago y hasta nerviosismo.
Son múltiples sensaciones que se procesan en la corteza cerebral, que es la zona más desarrollada del cerebro. Con ella el humano puede pensar, percibir y analizar.
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Muchas veces en el primer encuentro entre dos personas puede generarse la atracción, que siempre está ligada a algún aspecto del cuerpo, puede ser el lenguaje, tacto, oído, olfato o las actitudes. “Si el emisor y el receptor concuerdan con todos estos estímulos significa que ambos se agradan”, dice la psiquiatra Consuelo Camacho.
Más adelante, si la relación se fortalece mediante el diálogo, apretones de manos y el intercambio de miradas, aumenta en el cerebro la producción de un neurotransmisor llamado feniletilamina (FEA), que se encuentra al final de algunas células nerviosas y ayuda al impulso de saltar de una neurona a la siguiente.
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Esta sustancia se acumula en el sistema límbico (centro emocional) y es considerada por muchos científicos como la hormona del amor o de la felicidad.
Posteriormente, la feniletilamina estimula a otro neurotransmisor como la dopamina (da sensación de satisfacción y placer) y la hormona noradrenalina que es producida en todo el sistema nervioso central y en las glándulas suprarrenales en forma de adrenalina.
Por esta cascada de reacciones, agrega Camacho, aparecen los signos del enamoramiento. El rostro se sonroja, el corazón late más a prisa, aumenta la presión arterial sistólica (la que conocemos como máxima), se producen temblores y hay sensación de vacío. Incluso, cuando está lejos de la persona amada no siente ganas de comer, no puede dormir, pues está en una especie de embobamiento.
Las betaendorfinas
Cuando el individuo empieza a descubrir que la persona que le atrae tiene muchas cosas en común se generan otras sustancias que se llaman betaendorfinas. Son opiáceos endógenos, es decir drogas naturales que el organismo fabrica y producen sensación de plenitud y relajamiento.
Luego, señala la psiquiatra, se entra a la etapa del apego o estabilización de la relación amorosa de la pareja, en la que se experimentan momentos de pasión intensa gracias a las hormonas ocitocina y vasopresina que son mensajeros químicos del deseo sexual.
Un estudio realizado aproximadamente hace tres años por la Universidad de Cornell en Nueva York, demostró que los seres humanos nos encontramos biológicamente programados para sentirnos apasionados entre 18 y 30 meses. Tras efectuar unas 5.000 entrevistas de 37 culturas diferentes, los expertos de este centro descubrieron que el amor posee un “tiempo de vida” lo suficientemente largo para que la pareja se conozca y llegue al sexo. El problema se presenta cuando estos tiempos no coordinan.
Sudor masculino regula ciclo menstrual
En los años 60 se realizaron experimentos en la Universidad de Monell de Pensilvania, Estados Unidos, que demostraron que las mujeres con escasas o nulas relaciones sexuales y con problemas menstruales, conseguían regular su ciclo tras oler durante varias semanas muestras de sudor axilar de hombre.
Germánico Zambrano indica que se sabe que durante la ovulación (desprendimiento natural de un óvulo en el ovario para que pueda ser fecundado) la mujer tiene más sensibilidad para captar las fragancias sexuales que desprenden humanos y animales.
A través de estos mecanismos bioquímicos –dice– se explicarían en parte los trastornos de adicción sexual, que están investigándose y utilizando fármacos para tratar esta enfermedad.
En las personas hipersexuales o adictos al sexo se han obtenido resultados favorables con el uso de los inhibidores de la recaptación de serotonina (neurotransmisor cerebral), ya que contribuye a la regulación del apetito por la comida, el sexo y además, actúa como antidepresivo.