Hay figuras de roca, cascadas, murciélagos, un melodioso correr de las aguas y muchos misterios.

Las formaciones rocosas doradas aparecen por cientos. Hay figuras que se asemejan a imágenes de santos, animales, aves, plantas, partes corporales o instrumentos musicales. Parecería que las manos de un artista milenario las hubiera tallado bajo la tierra, para que pocos puedan verlas, acariciarlas y extasiarse con su belleza.

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Están ahí solo para quienes se atreven a desafiar la oscuridad. Los murciélagos son sus eternos vigilantes. El melódico transcurrir del río Yanayacu (aguas negras) les brinda su monótono concierto. Se las conoce como estalactitas (figuras rocosas colgantes) y estalagmitas (se levantan sobre el piso). Son parte de las riquezas y misterios que guardan las cavernas de Jumandy.

Cavernas

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El acceso a las cavernas está escondido en medio de la frondosa selva y las piscinas, toboganes, bares y cabañas de un complejo administrado por el Consejo Provincial de Napo, a 5 km de la población de Archidona.

Es como si se quisiera mantenerlas ocultas para honrar la historia, que relata que las cuevas fueron el refugio del cacique Jumandy. El historiador, padre Pedro Porras, las redescubrió en 1961.

Hoy, el sitio, que lleva el nombre del guerrero nativo, es centro de investigación y turismo. Expertos estadounidenses y europeos realizaron estudios para determinar su estructura y otros detalles. Visitantes, especialmente extranjeros, se internan en sus entrañas.

Manuel Moreta es el guía principal desde hace una década. Él conoce los secretos y los recovecos. Detalla la composición de las estalactitas y las estalagmitas, que se forman por las constantes filtraciones de agua con componentes químicos.

Desde la puerta hasta donde el hombre puede acceder, la cueva principal tiene 1.900 metros. Pero hay decenas de brazos y dos salidas en el camino. El río forma lagunas, cascadas y es el permanente compañero en el recorrido.

A 30 metros de donde muere la claridad exterior, hay que pagar la penitencia: cruzar a nado una pequeña laguna. “Si no sabe nadar, yo los ayudo”, menciona el guía.

Después, la caminata se convierte en un constante encuentro con las figuras de roca y con los murciélagos. En algunos tramos es preciso caminar en cuclillas, agacharse o gatear. La luz que brinda una linterna a pilas es la mejor aliada en la entraña terrestre.

El recorrido corto dura 45 minutos, hasta la primera salida. Escudriñar la totalidad de las cuevas toma entre 7 y 8 horas, con el apoyo de un guía. Al volver a la luz del día se siente una sensación de libertad, pero en la mente queda el deseo de repetir la aventura bajo la tierra amazónica.