La imagen subliminal de ellas, a propósito de la celebración del Día de la Madre, no puede menos que provocar estrés y angustia en muchas mujeres que saben lo duro que es este oficio.
En un tono que suena más a tristeza que a indignación, Mónica Tigua dice: “Me dan odio estas fechas”, en referencia al Día de la Madre. Sabe que los regalos y grandes gangas del bombardeo publicitario están muy alejados de su realidad de habitante de Las Malvinas, lavandera de oficio y con tres hijos que mantener sola, porque el padre desapareció.
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“A mí no me importa, pero me parece injusto porque sé que a mis hijos, aunque no me lo digan, sí les gustaría darme algo y se ponen tristes, aunque no lo demuestren”, comenta Mónica.
Como ella deben ser miles las mujeres a las que esta fecha les cause una mezcla de sentimientos contradictorios: tristeza, angustia, apatía y hasta rechazo. Todo a causa de la forma en que celebramos el Día de la Madre, que desnuda nuestra realidad de sociedad consumista, banal y poco crítica, según Tatiana Cordero, del Taller de Comunicación Mujer, para quien el desenfrenado culto a la maternidad es propio también de una sociedad machista e hipócrita.
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De ahí que los regalos destinados a mamá sean por excelencia la plancha, la lavadora, la licuadora, la cocina, la lavadora, ectétera.
“Es sencillamente horroroso. Por un lado, hay una mirada bien doméstica y que se dirige a los bienes de consumo para la clase media alta; y por otra parte, me parece una manera de forzar a los hijos en estas historias, que no se dan desde la libertad, de las ganas de compartir. Además hay que sumarle a todo esto que muchas mujeres no tienen al marido maravilloso para comprar el regalo y esto genera mucha angustia sobre todo en los hijos”, comenta Cordero.
En el Día de la Madre, ella es más buena y sacrificada que nunca. “Se sublima por un lado la maternidad, pero por otro no se valora su costo social, en el sentido de cuánto representa para la mayoría de las mujeres sacar adelante a sus hijos”, afirma Tatiana Ortiz, del Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (Cepam).
Ortiz acota que tampoco se valora la función reproductiva en tanto no se reconoce que el trabajo de las madres puede ser compartido por la pareja u otros miembros de la familia. “Ser madre no es solo una función biológica, es fundamentalmente una función social y eso representa para las mujeres una sobrecarga de trabajo terrible porque es cargar con educación, el cuidado, la atención, la responsabilidad afectiva, que se acentúan cuando no está la figura paterna”, explica Ortiz.
Algo que pesa mucho si se considera que en Ecuador, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) y del Cepam, el 28% de las mujeres cumple el papel de jefes de hogar.
De ahí que la imagen mítica que se difunde acerca de la madre no puede menos que provocar estrés en miles de mujeres de carne y hueso que saben lo duro que es ejercer este oficio para el cual es mentira que ellas estén condicionadas por naturaleza. Si así fuera, no habría nada que celebrar ni que agradecer, pues las madres se limitarían a cumplir los dictados de sus genes. Pero no es así, criar y educar a los hijos, sobre todo en esta época, es una tarea agotadora, que muchas mujeres no saben si lo están haciendo bien.
Como si fuera poco, la celebración, dice Ortiz, afecta también a mujeres que no cumplen este rol, debido a los prejuicios y peso que imponen la sociedad. “¡Y, ¿cuándo lo celebras tú?”. “Ojalá sea el próximo año, porque ya te estás quedando”, son frases usuales, más aún por estas fechas.
“Es que está concebido que te realizas como ser humano en la medida que eres madre, y si ya lo eres, en la medida en que eres más sacrificada, más sufrida, más resignada; socialmente no se concibe otro tipo de madre. Una mamá que trabaja y estudia es muchas veces cuestionada. Es increíble, pero en aulas universitarias de posgrado he escuchado a profesionales, varones y mujeres, decir que la familia está en crisis desde que las madres están afuera y eso es contradictorio, porque si no fuera así, la situación para las familias sería peor”, expresa Ortiz.
En esto colabora el poco espíritu crítico de la educación formal, que enseña a los niños que las mamás son las cariñosas y los papás, los trabajadores, y cuyos textos escolares se aferran a lugares comunes como “mi mamá me mima, mi mamá barre”, etcétera.
No se trata de no celebrar a las madres, sino de verlas con otras miradas, coinciden Ortiz y Cordero, de darles otra formas de homenaje, que se resalten los esfuerzos que las mujeres hacen por cambiar las dinámicas familiares tradicionales, ayudándolas, incentivándolas a lograr mejores espacios, ya sea a través de un trabajo o de estudios, dividiendo y compartiendo sus responsabilidades para que ellas vivan su maternidad con menos culpas y tristezas.