Pronto se cumplirán ciento sesenta años de la que se llamó popularmente la “Carta de la Esclavitud”.
El general Juan José Flores, sin resistencia alguna, logró reunir una nueva Asamblea Constituyente que, gracias a sus áulicos, expidió en 1843 la Constitución Política, que la oposición y el pueblo, en general, la motejaron como la “Carta de la Esclavitud”. Según esta el período presidencial se extendió a ocho años y acto seguido la Asamblea eligió a Flores para su tercer mandato presidencial, pudiendo además ser reelegido en forma inmediata.
Se extendió, asimismo, el período de los senadores a doce años y el de los diputados a ocho años; además de otras disposiciones antidemocráticas, se limitó la libertad de prensa. Con la nueva Constitución se consagraba una interminable dictadura militarista extranjera. De los quince generales que tenía el ejército, doce eran extranjeros, obedientes a su protector, el general Flores.
Ante semejante intolerable situación y corriendo cualquier riesgo, Pedro Moncayo, al frente de su valiente periódico Linterna mágica, inició la oposición que fue consolidándose con los pocos pero decididos liberales de Quito. En Guayaquil el frente de oposición fue más fuerte, encabezado por dos ilustres ciudadanos: Vicente Ramón Roca y José Joaquín de Olmedo. La revolución impulsada por ellos y desde Lima, por Vicente Rocafuerte, estalló, en esta ciudad, el 6 de marzo de 1845. Por el mes de su iniciación se ha dado en llamar la “revolución marcista”.
Flores tuvo que abandonar el poder y el país. Se reunió otra Asamblea Constituyente que aprobó una nueva Constitución. Se restableció el período de 4 años para el Presidente de la República y los legisladores. Estableció la posibilidad de reelección solo después de un mandato presidencial; limitó los exagerados poderes del Presidente de la República; también prohibió que los legisladores desempeñen cargos de libre nombramiento por el Ejecutivo y que este intervenga en la elección de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Por fin entre otras tantas disposiciones tendientes al establecimiento de la democracia, estableció la soberanía de la Constitución sobre toda otra ley.
En días pasados acuciosos diputados del Congreso actual, “preocupados” por mantener el proceso de estabilización política del país, han propuesto, en corrillos legislativos, una prórroga de funciones por dos años, tanto del Presidente de la República como de los legisladores. Cuán saludable sería que esos patriotas diputados se ilustraran en las páginas de la historia, sobre todo del corto período de gestación revolucionaria que, para bien de la patria, culminó en la revolución marcista.