Elegante y atractiva, en mejor forma que nunca, Jane Fonda se mostró muy complacida de estar en Cannes para presentar, hace pocos días, en Competición, su gran regreso al cine. Giovinezza (Juventud), bajo las órdenes del director italiano Paolo Sorrentino, con un reparto de primera, Michael Caine, Harvey Keytel y Rachel Weisz. La actriz norteamericana, que aquí hace una breve aparición como una diva anciana del cine, musa del cineasta, se siente orgullosa de su eterna belleza. “Nací el 21 de diciembre del 37. Hoy tengo 77 años, casi como el personaje que interpreto. Me considero aún una vieja joven”.

¿Siente celos cuando ve a las nuevas actrices jóvenes triunfar en la pantalla?

Jamás. La juventud es siempre para mí la celebración de la vida y la belleza. El contemplarla en los rostros de las demás actrices me produce la misma alegría que me dan mis hijos, que ya son adultos, y mis dos nietos. La edad es una cuestión de actitud y de pasión. Y mirar al futuro es una forma de mantener la juventud.

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En este filme, su personaje tiene 81 años, usa peluca y pestañas postizas.
Es verdad. Pero las secuencias en las que aquí aparezco me han dado vitalidad, porque Paolo es un auténtico artista. Me parece un nuevo (Federico) Fellini.

¿El interpretar este personaje no le ha llevado a pensar en la necesidad que sienten las jóvenes actrices de recurrir a ciertos retoques para mantener su forma?
Aunque el trajín de vida es el mismo, yo no escondo jamás que mi ‘eterna juventud’ también se debe a ciertos retoques, en la cadera y en la forma de los senos. En el aeropuerto, el detector de metal suena siempre cuando paso. (Risas). Y observo con curiosidad las nuevas generaciones que se hacen selfies con los cabellos teñidos de colores. Su búsqueda de identidad me parece genuina.

La veremos también en Fathers and Daughters, de Gabriele Muccino.
Sí, donde no seré una gurú de los aeróbicos. Encarno a la agente de un escritor que sufre de un disturbio mental y es interpretado por Russell Crowe.

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¿Su juventud ha sido siempre feliz?
Al final de mi adolescencia descubrí que mi madre se había suicidado. Sufría de bulimia. Decidí un día superar este gran dolor y seguir.

Desde entonces ha seguido con fuerza y ahínco.
La mayoría del tiempo sí. Dejé el cine para trasladarme a Atlanta con Ted Turner, donde todavía hoy me siento en casa si no estoy disfrutando con mis hijos y nietos en mi rancho en Nuevo México. Por quince años escogí otra existencia, sin ninguna nostalgia del set. Regresé al cine a los 65. Si me hubiesen dicho que a los 77 estaría danzando con la fuerza creativa de Sorrentino, no me lo hubiese creído. (E)