Con cualquier canción de Metallica, a todo volumen y un par de tragos encima, solía pararse en la mitad de la sala y cogía el palo de la escoba que le servía, a la vez, como guitarra y micrófono.

Se llamaba Alfonso, tenía 18 años, pero su pose era la de James Hetfield, el vocalista de la banda estadounidense.

Otro, en la mesa del comedor, hacía de baterista con las cucharas y el bolillo, otro más era el bajista con el trapeador. Los demás se contorsionaban, rápido pero sin golpearse, alrededor de la mesa de centro, poseídos por una máscara de furia y una sobredosis de adrenalina. A esa particular forma de baile la llamaban mosh, se la conoce también como pogo. Eran demasiado vagos como para sentarse a aprender a tocar un instrumento y con las justas hacían los deberes. Su religión era el rock; sus dioses, los cantantes; sus oraciones, las letras de las canciones.

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Durante más de veinte años peregrinaron por casas comunales, parques y bares, buscando la interpretación más cercana a su ideal. En ese par de décadas se hicieron médicos, ingenieros, periodistas… Sus cabellos largos, botas y camisetas con estampados de calaveras, cruces invertidas y monstruos con cuernos se convirtieron en pelo corto, ternos, camisas y teléfonos inteligentes.

Sus andanzas por las calles, con una fila de compinches para jugar a la botella hasta que el cuerpo resista, no tienen nada que ver con sus perfiles de Twitter o Facebook, donde ahora condenan el desorden del tráfico y al Gobierno o cuelgan las fotos en las que aparecen como protagonistas del perreo en una fiesta casera.

Esta banda de rockeros tuvo su día el 18 de marzo del 2014: Metallica llegó a Quito.

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¿Cómo se reunirían para ir al concierto?

Primera estrategia, llamarse por teléfono. Segunda, mantener el contacto por WhatsApp. Error. Aquí el primer absurdo: hiperconectados del siglo XXI se quedaron sin señal de Movistar, especialmente en la tarde del 18, y, por tanto, dieron vueltas hasta recibir algún mensaje atrasado que dé pistas para encontrarse en algún lado.

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Si esto pasó esperando a que abrieran las puertas del parque, imagínense ustedes lo que sucedió a la hora del concierto. Solo alguien con suerte pudo llamar, enviar un sms o 'wasapear'. ¿Conocerán alguna vez los usuarios un informe de la Superintendencia de Telecomunicaciones sobre si hubo fallas de la telefónica?

Segundo absurdo: la acampada. Mientras los rockeros se mataban desde el viernes por ubicarse en el acceso del parque que da a la avenida Amazonas, en el de la calle Rafael Aulestia -lado oriental-, recién el domingo habían llegado los primeros de la fila. Germán se ofreció el lunes 17 a guardar puesto a unos quince, quienes conforme llegaban llevaron pan, colas, café, tabacos, una botellita... Se tomaron los tragos durante la madrugada, pero cumplieron haciendo la fila “para entrar primeritos”. Se trataron mal: durmieron en carpas, no comieron, les dio un chuchaqui mortal, les estallaba la cabeza, querían morirse. Lo único que los mantenía allí era la certeza de que en pocas horas verían a Metallica en vivo.

A las 17:00 entraron a metal box, la localidad más cara ($ 225), se ubicaron exactamente en el centro, a unos 30 metros del escenario.

- ¡Por fin, el sueño se cumple! ¡Vamos a ver a Metallicaaaaaaa!

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- Síííííí. ¡De aquí no nos mueven!

Tenían que aguantar hasta las 21:00, hora anunciada para la salida de Metallica. Así, en calidad de enlatado, apretado hasta la asfixia, solo la mitad aguantó. El resto fue a buscar aire, al baño, a comprar agua, pero ya no volvió, se dispersó en la multitud. Metal box estaba hecha para 10 mil personas.

Cinco horas más tarde, luego de que había tocado el grupo De la Tierra y se preparaban los equipos para la parte principal del show, los organizadores se apiadaron de la prensa y nos dejaron ingresar a los periodistas. Al recorrer de lado a lado metal box encontré a Jaime, sentado en el piso, junto a los baños.

- ¿Y vos?, ¿qué haces ahí tirado?

- Muriendo, ya no jalo. Me metí al mosh y me sacaron la madre.

- Pero ya viene Metallica; ahí tienes que levantarte como sea.

- Sí. Pero igual: ya muero. Oye, una pregunta: ¿por qué mierda entramos tan temprano?

- Yo acabo de entrar. ¿Y por qué dices eso?, ¿a qué hora entraron?

- ¡Estamos haciendo fila desde ayer y nos dejaron pasar recién a las cinco! Fíjate, son las nueve y la gente sigue entrando y no va a tener problemas en ver todo.

Era cierto. Ya en la pista, resultaba absurdo haber acampado dos o tres días, soportando la llovizna y el frío intenso de Quito, cuando había gente que ingresaba a las 19:00 y, si bien ya no podía ir al centro, se ubicaba con cierta facilidad para ver el concierto sin problemas.

- Y sí, tienes razón. Son unos cojudos. La novelería de estar acampando y la gana de volver a los viejos tiempos. ¿No te ves? Aún no sale Metallica y ya te estás muriendo.

- Nunca más hago esto. Te juro que a la próxima entro en la noche; eso de hacer fila, te mata.

Tercer absurdo: el costo de los boletos. Algo no cuadra en el mercado de la reventa. Antes, uno podía escandalizarse por el abuso de los revendedores, pero ahora hay casos en que se pueden encontrar boletos más baratos a la hora del espectáculo (ya pasó en Justin Bieber).

Angie fue al mediodía. Hizo fila, pero no se torturó con el frío ni con los apuros y las filas para comprar los tickets en diciembre, cuando salieron las preventas. En la tarde del martes 18 compró su pase a metal box en $150 (se ahorró $ 75 del precio original). Lo mismo sucedía con otras localidades, que se remataban con descuentos.

Lo curioso es que siguen habiendo revendedores “que pierden”. Y si se los cuenta en la calle, son muchos. De seguro que aquello no le gustó a Aníbal Vinueza, un rockero de 35 años, que escucha Metallica desde la escuela y que tuvo que ahorrar el décimo de diciembre para comprar su boleto.

Recapitulando hasta aquí: tranquilamente uno podía ir al concierto sin hacer fila y pagando menos.

Cuarto absurdo: no se puede ingresar con alimentos, bebidas ni cigarrillos. Freddy es otro más del grupo de metaleros que acampó al calor de las fogatas y los tragos. Siente la agonía y necesita agua, pero le requisaron todo. De pronto, un hombre pasa en medio de la multitud vendiendo agua. ¿Cuánto es? Cuatro dólares. ¿Cuatro dólares por una botella pequeña de agua, que vale cincuenta centavos en una tienda? Sí.

El jueves de la semana pasada, el comandante de la Policía, Lino Proaño, explicó detalles de un operativo sin precedentes y advirtió de forma contundente: “No va a haber venta de nada al interior”.

Pero a un lado del escenario había un puesto de snacks y bebidas. La necesidad de miles de sedientos y hambrientos -muchos acamparon varios días en las peores condiciones- en manos de unos pocos vendedores que se lucraron con precios exagerados.

Ya en la segunda mitad del show de Metallica, pasadas las 22:30, era muy probable que alguien se acercara al oído y te ofreciera: Zhumir, Zhumir, Zhumir... ¿Y los filtros por los que tuvieron que pasar los rockeros, donde les revisaron hasta la ropa interior? ¿Al operativo de seguridad sin precedentes de la Policía se le metieron en el concierto botellas de Zhumir, que se vendían a quince dólares; y a los organizadores de Team Producciones, botellas de agua de hasta cuatro dólares? Freddy sacó un billete de cinco y compró una botella de agua.

Quinto absurdo: dos mil policías y casi les hacen 'puertazo'. Una frase que pasó desapercibida, peligrosamente ignorada, por la prensa que cubrió el espectáculo fue la siguiente: “Este es un evento inédito por múltiples circunstancias: primera ocasión del grupo en Ecuador, la convocatoria que lleva, el género musical, el espacio físico donde se va a desarrollar, el ambiente..., tal vez el sitio posiblemente no está adecuado para un evento de esta naturaleza, esto ha obligado que extrememos las medidas de seguridad orientadas únicamente de manera preventiva”.

Y el sexto absurdo: el costo de hacer realidad un concierto con exigencias técnicas y logísticas de primer nivel bordeó los $ 4 millones de dólares, pero no contó con facilidades para la prensa. Es verdad que la gente no tiene por qué saber las peripecias que tienen que pasar los periodistas para hacer sus coberturas, pero, en este caso, vale la pena decirlas. Los reporteros, fotógrafos y camarógrafos tuvieron que esperar más de dos horas para pasar al concierto. ¿Las razones? Descoordinación entre Team Producciones y el Municipio. Los periodistas no vieron las presentaciones de Madbrain, de Ecuador, ni de la Orquesta de Instrumentos Reciclados, de Paraguay, ni del grupo De la Tierra, integrado por músicos de varios países.

A la salida del concierto, sin embargo, hubo aplausos y gritos de euforia. Se cumplió el sueño de ver a Metallica en vivo y su presentación fue espectacular. Alfonso no pudo verlos, cuando tenía 20 años murió en un accidente de tránsito. Nada que ver con el concierto, nada que ver con la organización, un absurdo de la vida.