Señales de Vida

Nada es igual después de un puñado de años. El sábado anterior acompañé a Jorge Velasco en su visita al escenario real de El rincón de los justos, publicada en 1983. En esa, su primera y más popular de todas sus novelas, –ha publicado siete- la calle Colón, desde Machala hasta Lorenzo de Garaycoa, es la principal vía del barrio Matavilela. Espacio marginal habitado por una galería de personajes populares y sus historias.

Pero ese retorno fue más que un tour literario. Un pretexto para volver a conversar con Jorge Velasco Mackenzie, guayaquileño de 64 años. Con quien casi éramos vecinos pero hicimos amistad hacia 1977, en la época del grupo literario Sicoseo.

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Asegura Velasco –fabulador a tiempo completo, con él casi nunca se sabe qué es ficción y qué realidad- que en su familia no tuvo antecedentes literarios pero su padre Alfredo Velasco inventaba y creaba máquinas para sus fábricas artesanales de botones de tagua y luego de fideos. “¡Ese señor era un sueño!”, exclama con su voz chillona.

Cuenta que de joven jugó béisbol: “Quería ser el primer ecuatoriano en llegar a grandes ligas”. Pero dizque se retiró por una lesión en su brazo derecho. A sus 20 años, pese a ser pésimo dibujante, en calidad de oyente ingresó a la Escuela de Bellas Artes: “De tal manera que también hice mis embarraditos. Sé templar una tela, sé jugar con los colores, pero no soy pintor. Así de simple”. Ahí conoció al excelente pintor Juan Villafuerte que escribía poesía. Al igual que Hernán Zúñiga Albán con quien habían sido compañeros en el colegio Mercantil: “Hernán me sacó de la ignorancia es un hombre al cual yo debería agradecerle”. Años después, estudió literatura junto a Carlos Calderón Chico, amistad que luego se rompió: “Él fue decisivo en mi vida. Murió y no pude pedirle perdón por las cosas que nos hicimos”.

La luz del mediodía ilumina su rostro labrado por el tiempo. En especial, el más reciente y tormentoso. Por su adicción alcohólica ha estado dos veces asilado en clínicas. Reclusión con fruto literario: La casa del fabulante, su reciente novela. Pero ese mediodía, dice que no recuerda cómo aparecieron sus primeras frases literarias. Con certeza Aeropuerto fue su primer cuento que en 1975 incluyó en De vuelta al paraíso, el primero de sus numerosos libros de relatos.

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En 1979, Velasco con el primer capítulo de El rincón de los justos participa en un concurso organizado por Círculo de Lectores y gana una beca de un año para viajar y escribir esa novela que se publica en 1983 con el siguiente comentario: “No sabe uno qué supera a qué, si la sintaxis de sus personajes –Diablo Ocioso, la Leopa, Erasmo, Sebastián, el equilibrista Cristof, la Narcisa Virgen y la Narcisa Puta, el Ojo Mirador, etcétera- o el manejo del habla como escritura. De cualquier forma, se trata de un excelente texto sobre la marginalidad de una ciudad como Guayaquil que se mueve entre la transgresión y el sacrificio, la violencia y la ternura, el odio y el amor”.

Por su adicción alcohólica ha estado dos veces asilado en clínicas. Reclusión con fruto literario: La casa del fabulante.

El sábado lo acompaño a Matavilela –zona conocida como La Cachinería- y ya nada es igual en el parque La Victoria donde se presentaban Cristof y una tribu de artistas del hambre y culebreros. Los antiguos salones de bebida de la calle Pedro Moncayo, ahora son pulgueros de ropa y a una librería popular que vende libros usados, entre ellos El rincón de los justos. En la calle Colón, en un solar cercado, se marchita la residencial Kennedy, ahí afuera antes las putas llegaban a las 08:00 a ejercer su oficio, exhibiéndose como mercancía entre los tendidos de los cachineros. Con Velasco caminando con cierta dificultad, arribamos a Colón y Pío Montúfar donde han demolido el antiguo local del salón El rincón de los justos, ahora existen unos comedores donde afuera pastan trabajadoras sexuales y un montón de desempleados. Al lado, el patio de las carretas es un garaje y el antiguo cine Lux que proyectaba películas de acción y ahora es un templo evangélico.

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Torturado por un sol infernal y con ganas de una cerveza helada, Velasco recuerda que empezó a frecuentar esa zona cuando con Hernán Zúñiga se fugaban del colegio Mercantil. ¿Y adónde iban?, indago y él como queriendo convocar a sus fantasmas, exclama: “¡Al Rincón de los justos! A chupar cerveza, yo bebía y Hernán salía a la esquina y se fumaba su porro”. Era el único salón donde vendían cervezas por la mañana y dejaba entrar a un par de menores de edad que escondían la camisa del uniforme en una funda. Velasco, el fabulador, jura que en la cantina había una imagen de la beata Narcisa de Jesús Martillo Morán y una alcancía, que doña Encarnación le dijo que el antro se llamaba así: “Porque todos somos injustos. –cita Velasco y narra- La salonera Narcisa Puta sí existió, no sé si se llamaba así, ni me importa. Pero la dueña sí era doña Encarnación y era devota de Narcisa. La gente iba, chupaba ahí y depositaba un sucre en la alcancía. Realmente no investigué mucho, el resto me lo inventé”. La novela la trabajó en dos años. Como siempre de 05:00 a 08:30, escribiendo a mano sobre cuadernos universitarios.

Sus primeros lectores en México fueron Miguel Donoso y Fernando Nieto, ellos leyeron las primeras 100 páginas, se entusiasmaron y lo alentaron a seguir escribiendo la nueva novela de Guayaquil. “Yo mismo me quedé sorprendido –reflexiona Velasco- porque conocía tanto ese ambiente donde había pasado gran parte de mi vida”. También lo asombra que El rincón de los justos se haya reeditado 10 veces y que quieran hacer una película de su novela más popular.

Hasta hoy a Velasco le fascina el mundo de la Cachinería –ahora visita la ubicada en la 25 y la A-. Ese sábado, volviendo al presente, Jorge asegura que tres editoriales desean publicar La casa del fabulante, novela en la que reinan la angustia, el miedo y la soledad. Le pregunto quiénes son los personajes y responde: “Yo y todos los locos que estaban metidos ahí en la clínica”.

Reina la tarde ya cuando entre reflexivo y sentimental, dice: “Siempre, siempre he estado metido en la única república que tenemos los escritores que es el lenguaje. Visto así, yo he tenido excesos y salgo de esos excesos con ganas de seguir testimoniando esos excesos, acercándome más al mundo. Aunque me encantaría ser como Monsiváis: morir frente a mi mesa de trabajo. Porque mi vida, toda mi vida, todos los días he respirado literatura y lenguaje”.

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Nada es igual después de 30 años. Aunque ayer, hoy o mañana, si uno abre El rincón de los justos siempre la magia comenzara así: “De noche, el patio de las carretas quedaba vacío. Se aquietaban las ruedas...”.

                                                                                                                                Jorge Martillo Monserrate