La velocidad con la que se viraliza en redes sociales una información o un video en la actualidad permite varias reflexiones, particularmente cuando se trata de problemáticas sociales que pueden haber existido antes, pero con difusión limitada o incluso sin que alcance la llegada que hoy logra por la tecnología.

Este 24 de junio un acto violento protagonizado por dos estudiantes en el centro de Quito corrió rápidamente por las pantallas de celulares tras ser difundido en X. Pese a la fuerza de los golpes no se observa intentos de separarlas, excepto transcurridos algunos minutos cuando varias personas piden calma. Eso sí, la riña quedó grabada. Lamentablemente, como sociedad fallamos al ignorarlo.

Las justificaciones para no intervenir hasta pueden entenderse: el peligro de ser agredido físicamente, de verse involucrado en un tema mayor o de que alguno de los enfrentados porte un arma... Pero qué impide actuar rápidamente llamando al 911, a la Policía o guardias de seguridad antes que grabar, no como una prueba de lo que esté ocurriendo sino para compartir en redes sociales.

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No se trata de cuestionar a quienes lo hacen sino de reflexionar como ciudadanos en torno a lo que aportamos con cada acción. En este caso fue una pelea violenta que pudo terminar en tragedia, en otros se graba imágenes de heridos en accidentes de tránsito, pero se tarda una llamada a emergencias.

Es propicio pensar qué pasaría o qué se sentiría si en el lugar del herido está un familiar.

La resiliencia, la solidaridad, la humanidad debería primar frente al entusiasmo de ser primeros en redes sociales.

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Aunque hay leyes que sancionan como cómplices a testigos pasivos de hechos violentos, más que en ello, en medio de un conflicto interno armado y de un conflicto internacional es momento de analizar cuánto aportamos a la paz, a la convivencia de nuestro entorno. Si podemos hacer algo por el vecino cercano ya es un paso a un mundo mejor. (O)