Antes de convertirse en primera dama, Lavinia Valbonesi era una influencer en temas nutricionales, en el área trabajaba y se manejaba básicamente en Facebook e Instagram, e incursionaba en otras redes de su interés. El 16 de mayo anunció su ingreso a X (antes Twitter) ya como la esposa del presidente Daniel Noboa.
“Estoy entrando al mundo de X… Para poder contarles un poco más de los avances que estamos logrando con Proyecto Ana… y ver con mis propios ojos todo lo que dicen por ahí”, escribió con el sticker de unos ojos al final. En un mundo hiperconectado, las redes son parte de la vida cotidiana de muchos y unos cuantos las abandonan hastiados de la polarización, el odio y descrédito que se destila en ellas. Entre los más de 9.000 seguidores que acumulaba hasta este 18 de mayo la primera dama, se lo advertían: ‘En X los internautas pueden ser muy crueles’, ‘No se tome personal los comentarios’.
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Más allá de los calificativos que se den a las redes sociales y los criterios conscientes que se tenga de cada una de ellas, es tiempo de reflexionar por cuánto tiempo vale la pena cultivar y alimentar odios, división y desinformación.
Si se revisa, estas plataformas son una herramienta formidable para comunicarse, aportar con soluciones, discrepar con respeto, ayudar solidariamente y un canal efectivo para los emprendedores.
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Cada usuario decide cómo usarla: ¿trinchera de confrontación y hasta amenazas o puentes de diálogo, empatía y aprendizaje colectivo?
Respetuosos como el que más de la libertad de expresión, no se trata de controlar lo que se dice sino de reflexionar en la pequeña de dosis de poder que ejercemos cuando compartimos contenido, comentamos o reaccionamos a un posteo: podemos elegir amplificar lo que une o lo que separa. Podemos sumarnos a una conversación saludable o convertirnos en eco de la intolerancia.
Cada ciudadano decide a la comunidad digital a la cual pertenece, la primera dama –como los demás– lo hará también. (O)