¿Qué hace que los escándalos de corrupción actuales, más allá de sus leoninos montos, trasciendan regional y hasta mundialmente con inusitada fuerza? Son múltiples los factores sociales y sobre todo económicos, pero muchos de ellos confluyen en alguna corporación, grande, gigantesca, de aquellas que actualmente resultan más importantes y poderosas que muchos países y que, como tales, tienen muchos que las defiendan, inclusive Gobiernos. Uno de los más recientes y que aún retumba en nuestros oídos es el de aquella transnacional de la construcción que admitió internacionalmente el pago de cuantiosos sobornos en casi toda Latinoamérica (Ecuador con un capítulo especial) y que extendió sus tentáculos turbios hasta la Florida y África.

¿Qué hace ahora que las redes sociales, llamadas a convertirse en potentes medios informativos, generen igualmente un inusitado impacto mundial? Quizás hay similitudes de forma con lo antes relatado: ya no hablamos del periódico que vende a diario 100 mil o 200 mil ejemplares y era considerado un éxito rotundo, o de la televisora que falseaba las presentaciones tres veces al día para hacer creer a su audiencia que estaban en vivo, cuando aquello era difícil tecnológica y económicamente. Se trata de la megatransmisión de datos, con una velocidad magnificada cuando la fibra óptica puso en la línea de jubilación a las transmisiones satelitales y que hace que en cuestión de segundos las audiencias puedan tener a su alcance todas las opciones gráficas y de contenido que les permitan tomar decisiones también en cuestión de segundos.

Las redes sociales, en su modo informativo, pueden servir para vender cupcakes por Facebook o camisetas en Instagram; compartir experiencias de viaje, magnificar vivencias, o convertirse en un elemento activo o pasivo en el debate de ideas, que en el caso del poder son económicas o políticas y que, sin duda alguna, es el ambiente donde Twitter ha reinado, con muy altos niveles de influencia pese a no ser la más masiva.

Así es más entendible la insistencia exitosa de Elon Musk para hacerse de Twitter, la red donde él ya tiene 80 millones de seguidores de sus tuits, lo que le da impacto superior a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook; más que Jack Dorsey, pionero de Twitter; incluso más que Jeff Bezos, el cerebro de Amazon, que compró ya el célebre The Washington Post; sí, el diario que motivó la renuncia del presidente Richard Nixon, acción que levantó menos polvo al tratarse sí de un medio de alta influencia, pero afectado por el marcado deterioro que enfrenta la prensa tradicional.

¿Para qué quiere Bezos al Post? Él lo explicó románticamente al decir que a la prensa escrita le iba a pasar lo que a los caballos con la llegada del ferrocarril: se convertirían en un objeto de exclusividad y lujo.

¿Para qué quiere Musk a Twitter? Él ha empezado con un discurso de tarima, diciendo que para defender la libertad de expresión y desterrar a los odiadores anónimos. Es, a las claras, un populista que no manifiesta interés por gobernar un país, pero sí gobernar un mundo que él mismo está construyendo con sus cohetes reusables y sus autos sin conductor. (O)