Si Nebot y Correa querían vengarse de Lasso, Del Cioppo les hizo el trabajo sin siquiera darse cuenta, y con ello dejó muy mal parada la imagen del país. Es evidente que la imprudencia del diplomático más fugaz de la historia nacional se debió a su falta de preparación para el cargo, al desconocimiento de la manera en que se deben manejar las relaciones internacionales. No se trata de ocultar los chanchullos de los Gobiernos anteriores con el partido español Podemos, sino de seguir los canales adecuados para que la denuncia tenga eficacia y no se quede en el plano del chisme de un diario sensacionalista. Abrir el lanzallamas en una entrevista periodística era la mejor forma de quemarse y de quemar al Gobierno al que iba a representar. Frente a ello, cabe preguntarse cómo es que una persona sin la calificación adecuada pudo ser nombrada para ese puesto.

La respuesta obvia consiste en atribuirle la responsabilidad al presidente de la República y bombardearlo. Sin duda, él tiene que hacerse cargo de este paso en falso. Pero, si damos una mirada a la larga cadena de nombramientos (diplomáticos, ministeriales, gerenciales) en la historia reciente del país, podemos ver que el problema va más allá del error de un presidente en particular. Con contadas excepciones, los colaboradores de Lenín Moreno no se distinguieron por sus capacidades técnicas ni políticas. Los de Rafael Correa mucho menos, por eso él descubrió el recurso de asegurar que nunca los había conocido y con ello zanjaba el asunto. En fin, así se puede seguir hacia atrás para comprobar que el tema tiene raíces más profundas.

Esas raíces están en la ausencia de formación de las élites políticas ecuatorianas. Los partidos políticos, con la salvedad de uno o dos, nunca se preocuparon de ese asunto. Siempre fue más fácil acudir a la farándula y al deporte para conseguir los votos, que era lo que importaba. Incluso a los militantes antiguos –el señor Del Cioppo llevaba cuarenta años en la presidencia de un partido– les valía un pepino la capacitación. Ahora, cuando los partidos son simples membretes entregados por el Consejo Electoral, no cabe esperar algo diferente, mucho menos algo mejor. La mayor parte de los dirigentes sustituyen las capacidades por la ideología. Para ponerlo en términos esquemáticos, las izquierdas resuelven cualquier situación con el discurso nivelador, las derechas lo hacen con el tecnocrático.

El presidente Lasso está viviendo las consecuencias de no haber apostado por la conformación de un verdadero partido. No cuenta, como tampoco contaron sus antecesores, con un semillero de cuadros que puedan hacerse cargo de la gestión política. Según ha trascendido, se apoya en un grupo de personas que vienen de su fundación, que seguramente tienen muy buena formación técnica, pero carecen de conocimiento y experiencia en la política concreta. La expresión más clara de esto es la soledad de la ministra de Gobierno, que viene de otra cantera y heroicamente conforma un frente político unipersonal. En esas condiciones llama la atención que el presidente anuncie la convocatoria a una consulta popular, en la que se unirán contra él todas las fuerzas políticas del país. El affaire del diplomático fugaz debe servir de enseñanza. Tardía, pero enseñanza al fin. (O)