El grupo de WhatsApp de mis compañeros de colegio se llama Yieej (los académicos). Se trata de una comunidad de expertos en casi todas las ramas del saber humano. En este espacio se emiten sofisticados criterios de política, medicina, macro y microeconomía, fútbol, ciclismo, halterofilia, derecho constitucional, historia, psicología, sociología, religión, etcétera.

Recientemente se suscitó en el grupo un acalorado debate sobre el tráfico en la vía a Samborondón. El debate se resolvió con el decreto lapidario de uno de los miembros: “Lo que se necesita aquí es una solución de reformatoria integral a la estructuralidad vial”, dijo. Y a todos nos pareció que no había nada más que argumentar.

Pero el tema de la vía a Samborondón me ha tenido pensando durante días.

En su nivel más básico, la teoría de la evolución de las especies de Darwin sostiene que los individuos que son capaces de adaptarse a su medio tienen más probabilidades de sobrevivir y reproducirse. Un proceso de selección natural hace que los individuos que no sean capaces de adaptarse a su entorno perezcan.

Pero la vía a Samborondón ha llevado las ideas de Darwin a otro nivel. Probablemente se trata del lugar más caro para vivir de todo el Litoral ecuatoriano y, probablemente también, se trata del lugar menos apto para vivir de todo el Litoral ecuatoriano.

En Samborondón, las especies pagan mucha plata para habitar un entorno al que es casi imposible adaptarse. Usted empieza a contar las desventajas de vivir en Samborondón y no termina: (1) Se encuentra en medio de dos ríos que amenazan con desbordarse y provocar inundaciones; (2) está construido sobre agua, así que los temblores se sienten más y las estructuras están más expuestas al desastre; (3) es probablemente el sector más caliente de la provincia del Guayas (lo que vendría a convertirlo, por añadidura, en el sector más caliente sobre la faz de la tierra); (4) los aviones, con su ruido y contaminación, pasan a escasos metros de los techos de las casas (uno les ve la panza de cerca y piensa que, si salta muy alto, capaz que los toca con la mano); (5) en las tardes la zona es invadida por un potente olor a excretas; (6) depende de una sola calle cuyos carriles parecen dibujados con los dedos de los pies (debe ser la única avenida en el mundo en donde uno empieza a conducir por el carril de la extrema izquierda y, siguiendo por el mismo carril, termina, 300 metros más adelante, en el carril de la extrema derecha que, en 20 metros más, como por magia, desaparece para transformarse en el banco de un jardín); (7) el tráfico es insufrible; (8) el ruido es permanente; (9) la zona está especialmente lejos de la vía que conecta a Guayaquil con las playas. Y podríamos continuar.

¿Por qué este lugar, cuyas características lo hacen tan poco apto para la vida segura, cómoda y tranquila, pasó a convertirse en el más caro y exclusivo de la Costa ecuatoriana? Yo no creo en una “reformatoria integral a la estructuralidad vial”, ni creo que Darwin ni los miembros de Yieej (los académicos) tengan la respuesta que ando buscando. (O)