Para un país futbolizado como el nuestro, la principal atención de la masa y, en consecuencia, los recursos de los auspiciantes y del Estado, apuntan siempre al rey de los deportes. Que el fútbol sea el centro de atención de un país, per se, no está mal; lo mismo ocurre en Brasil, España, Alemania, Argentina o Italia, por citar unos cuantos ejemplos.

Lo que está mal es la incipiente atención, que raya en indiferencia, a las demás disciplinas deportivas.

Basta dialogar con un deportista de alto rendimiento de cualquier disciplina deportiva, que no sea el fútbol, activo o retirado, para escuchar las angustias y desencantos vividos; el peregrinaje de oficina en oficina; los esfuerzos privados para sustituir los recursos públicos insuficientes o que nunca llegaron; el maltrato e ingratitud recibida, por el pecado de ser deportista; de competir por el Ecuador, de luchar por una medalla.

Muy poco nos acordamos del pesista, de la ciclista, del nadador, del tenista, de la velocista hasta antes del triunfo; todas las portadas, las horas y horas de programas radiales deportivos están dedicadas al fútbol:

¿A qué hora llegó al entrenamiento?

¿Que tiene una molestia en el aductor derecho?

¿Qué alineación ensayó el “profe” para el domingo?

¿Una nueva demanda contra el equipo?

En este punto de la reflexión, debo aclarar que soy un amante del fútbol desde que tengo uso de razón; de modo que esta columna no es contra el fútbol, sino, por el contrario, un llamado a nuestra sociedad para que entendamos que el fútbol no es el único deporte que merece nuestra atención y recursos.

Pancho Segura, Andrés Gómez, Jorge Delgado, Galo Legarda, Rolando Vera, Jefferson Pérez, Nicolás Lapentti, Álex Quiñónez, Richard Carapaz y ahora, Neisi Dajomes, Tamara Salazar, Angie Palacios y Alfredo Campo son algunos de los más relevantes deportistas en la historia del Ecuador, entre quienes suman varios títulos mundiales, medallas y diplomas olímpicos. ¿Qué tienen en común todos ellos? Que ninguno de ellos es futbolista. Entonces, no nos quedemos con celebrar el triunfo, sentirnos orgullosos, subir un tuit con la foto del deportista en el podio repleto de corazones y likes, con frases de emoción y lágrimas en los ojos.

Claro que emociona ver a Neisi Dajomes llorar escuchando su himno, el de su tierra amada, que su madre le enseñó a amar y honrar, con la medalla de oro sobre el orgulloso pecho, que ha tenido que soportar no solamente el trajín de su preparación física, sino también el maltrato de una sociedad que siempre la miró por debajo del hombro.

Pero la mejor manera de agradecerle a ella, a Richard, Tamara, Angie y Alfredo es voltear nuestra mirada a sus deportes y exigir a las autoridades que lo hagan, a través de recursos suficientes y permanentes.

Que ese “¡Salve, oh patria, mil veces oh patria…!” se repita muchas veces más en los certámenes deportivos mundiales dependerá de ello, nada más.

Estas olimpiadas nos han demostrado que nuestra materia prima solo necesita un poco de atención y recursos para comerse el mundo. (O)