Con un empujón del expresidente colombiano Álvaro Uribe, un entomólogo ha logrado en los últimos días posicionar el término “revolución molecular disipada” en el debate público. En la realidad alterna en la que también se describe como politólogo e investigador científico, Alexis López afirma que el concepto viene de Félix Guattari, un reconocido filósofo que no tiene cómo defenderse porque está muerto.

Según Guattari, la revolución molecular no es una organización concertada de microguerrilleros, como López busca representar a grupos violentos que aprovechan la protesta social en nuestro continente. Consiste en una efervescencia creativa y emotiva del deseo de cambio que se puede mirar con optimismo, por ejemplo, en el contexto de la lucha –finalmente triunfal en los años 80– contra la dictadura brasileña.

Lamentablemente, este tipo de disenso también puede adoptar formas destructivas e incluso mortales, como cuando un grupo infusionado con ideas mariateguistas incendió la Contraloría ecuatoriana en 2019. Para legitimar la represión se arguye que, una vez que se cumplen los propósitos planteados, pueden incluir el paso a un cambio constitucional (Chile) o la derogación de un incremento en el precio de combustibles (Ecuador), los más violentos buscarán provocar nuevos brotes de conmoción social. Ante esto, prosigue el discurso, no queda más que suprimir esta posibilidad.

Alexis López podría resultar una persona innocua, pues repite un discurso simplista, pero justamente por eso se puede popularizar: hay a quienes les conviene parapetarse tras los dos o tres enunciados que este entopolitólogo, simpatizante del nacionalsocialismo, repite como loro. Pero, debido a que López defiende a un régimen sangriento como la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, nos debe preocupar que haya expuesto en dos ocasiones en la Universidad Militar Nueva Granada en Colombia.

Anticipando la parada de López en Ecuador, donde se usa la cienciología para capacitar a policías, es fundamental que nos demos cuenta del peligro que representa acoger sus ideas. Primero, no tiene ningún empacho en vincular en una misma oración a Michel Foucault, la deconstrucción, Gilles Deleuze y Guattari, sin un mínimo rigor intelectual. Segundo, selecciona arbitrariamente lo que alguna vez dijo Guattari para justificar la represión.

Guattari no justificaba o incitaba a la violencia; resaltaba la inteligencia colectiva y la sensibilidad que se expresaba en la llamada revolución molecular. Argumentaba en contra de los sistemas de control y en favor de mecanismos para articular las expresiones de disenso con las dominantes, de manera que tengan cierta fuerza en las relaciones de poder ‘reales’. Es decir, no esperaba que las demandas queden marginalizadas en las calles.

No es fácil seguir estos preceptos, pero la represión le cuesta más caro al poder político –nada más ver las secuelas del pinochetismo en Chile–. Sería de tontos no aprender de lo que pasa en Colombia, aun cuando las protestas se apaguen, y creer que lo hicieron porque fueron suprimidas. El nuevo presidente de Ecuador deberá abordar lo que se viene con la ventaja de este conocimiento. (O)