Hace pocos días, Iván Sandoval, compañero columnista de este Diario, resumió en su escrito el preocupante estado de nuestra salud pública al señalar la necesidad de cuidados intensivos para los hospitales del IESS. El Dr. Sandoval rememoraba los años de oro de nuestros hospitales, cuando todo el esfuerzo se centraba en el bienestar del paciente y los médicos ejercían la profesión y la docencia en un ambiente de tranquilidad. Recuerdo a la madre de una compañera de universidad contarme sobre el lujo que resultaba estar hospitalizado en el hospital Teodoro Maldonado Carbo. Médicos de primera, impecable higiene y excelente comida tanto para los pacientes como para su personal. Esas eran las principales características del HTMC en sus inicios. Triste decirlo, pero nuestra medicina no solamente lleva décadas de atraso, sino que involuciona paulatinamente.

Entre malas administraciones, corrupción, desidia, falta de posgrados nacionales y ausencia de muchos jóvenes médicos que luego de su entrenamiento en el exterior han preferido no regresar al país, los ecuatorianos nos hemos ido quedando con un número reducido de recursos materiales y de profesionales de la salud, con los que tenemos que sobrevivir. También hay que considerar la falta de honestidad, la impericia, la negligencia y la poca preparación que tiene nuestro médico general promedio, que, junto con la deshumanización de la profesión, han hecho que la atención a los pacientes se reduzca a prescripciones básicas y no siempre adecuadas.

Mientras la ciencia médica avanza a pasos agigantados en terapéutica, nuestra lista de medicamentos básicos poco o nada se renueva. Todavía se recetan medicinas obsoletas que ya fueron superadas por otras mejores, más eficaces y menos lesivas. Nuestros pacientes siguen peregrinando entre diversos consultorios, con diferentes médicos y diferentes fármacos cada vez. El razonamiento clínico y el sentido común se han ido perdiendo, la enseñanza de las generaciones mayores hacia las menores es escasa. Los médicos trabajan a presión, hay que atender lo más rápido posible porque hay exceso de pacientes y los datos deben ser registrados en el sistema. Los pacientes se complican y no mejoran, porque, luego de tantos viajes buscando alivio y salud, terminan confundidos con tantos fármacos. La consulta médica, si se la obtiene, es de pocos minutos, independientemente de si es primera consulta o si se trata de una subsecuente. Los pacientes cuentan que se limitan a contestar preguntas y que muchas veces el examen físico es obviado. La falta de medicinas es un cuento de nunca acabar. Se receta lo que hay, algo así como “a la carta”, y el médico está prohibido de sugerir al paciente algún fármaco necesario, pero que tendría que ser comprado particularmente. Como dice Sandoval en su texto: contra los médicos “conspira la escasez de equipos y medicamentos”. De eso, el único perdedor es el paciente.

Las historias de pacientes que recurrieron a hospitales públicos y poco o nada mejoraron, terminando con esfuerzo en la consulta privada, son deprimentes. (O)

* Continuará.