La invasión ordenada por Putin a Ucrania ha revelado muchos aspectos que parecían olvidados o que simplemente eran considerados imposibles. En pocas semanas, los Estados Unidos, que venía dando muestras de dificultades en su liderazgo, ha sido capaz de amalgamar una impresionante coalición internacional para imponer duras sanciones económicas y financieras a Rusia y que probablemente la lleven a su colapso; hasta ha podido liderar un voto histórico en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Alemania en pocos días ha abandonado su pacifismo de décadas y ha decidido incrementar sustancialmente su gasto militar. Suiza abandonó su tradicional neutralidad. Sin que nadie se lo ordene, las gigantescas multinacionales digitales, del petróleo y de tarjetas de crédito han cortado relaciones con Rusia e igual la industria aeronáutica. La bolsa de valores de Moscú debió cerrar para esconder el pánico, el rublo se ha desplomado y Rusia se apresta ahora a imponer control de cambios. Putin pronto comenzará a sentir el dolor de estas y otras medidas. Va a sentir también el enorme poder que hoy tiene la sociedad civil internacional, los actores no estatales y las redes que desconocen censuras. Ahora se entiende la enorme presión diplomática que hicieron los países bálticos, Polonia, Hungría y otros de la región por ingresar a la OTAN tan pronto como se desintegró el imperio soviético. Pueblos enteros que por siglos han sido víctimas de agresiones y genocidios por el gigante que tienen de vecino, más allá de las utopías religiosas o ideológica, marxistas o no, que han inspirado a sus élites. Algo que particularmente lo conocen los ucranianos. Como lo observó el ex consejero de seguridad nacional, Zbigniew Brezinski, Rusia sin Ucrania no se ve como un imperio. La formidable reacción ante la invasión pone en claro que los ideales liberales, que fueron los fundamentos sobre los que se construyó el orden internacional de la posguerra –democracia, libre comercio, derechos humanos, división de poderes, instituciones internacionales, libertad de expresión, pluralismo, estado de derecho, etcétera– a pesar de sus problemas, son esenciales para asegurar la paz mundial y el desarrollo económico. Un despertar que tiene hoy un protagonista: el presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski. Una persona que ha dado muestras de coraje y valentía. Su resistencia ha sacudido a Occidente. Un ejemplo de lo que es amar a su patria. Algo que parecía olvidado.
Un ejemplo que, ciertamente, debe inspirarnos a los ecuatorianos cuando en estos días nuestra democracia enfrenta el asalto de quienes destruyeron y saquearon nuestro país, de quienes con su silencio cómplice permitieron que se entronice el narcotráfico, de quienes con su codicia se enriquecieron a costa del Estado al tiempo que pregonaban al mercado. Hoy, que la caja fiscal está finalmente en orden, esta banda está desesperada por meterle sus uñas; desesperada para que se retacee el Estado y se les reparta los organismos, las cortes, los bancos y empresas públicas. Quieren recuperar el poder perdido, y si no lo logran han de pretender tumbar al propio Gobierno. La urgencia por asegurarse la impunidad por sus crímenes y robos y la nostalgia de su soberbio narcisismo los ha trastornado. Resistir es el nombre de la victoria. (O)










