¿Se eligió con base en méritos y capacidad a los integrantes de las listas que ahora ocupan una curul en la nueva Asamblea? La pregunta se ha vuelto cíclica en el país y, lamentablemente, la respuesta sigue siendo no.
¿Se pueden conformar esas listas solo con personas probas y académicamente solventes, como exige otra vez la discusión nacional en tiempos de Normitas, Rositas y Bellitas y demás personajes de la política que le están robando el protagonismo al ya ancestral ‘hombre del maletín’? Y la respuesta, dolorosamente, parece también ser solo no. Porque las elecciones se ganan con votos, y a veces, muchas veces, esos votos se logran con la empatía que generan quienes ya se han vuelto populares por su espacio de farándula, por sus acciones paternalistas en comunidades o su trayectoria deportiva, y no precisamente por la cantidad de libros que han escrito o la fluidez de sus discursos.
He visto como periodista procesos de selección que juegan al filo del reglamento, en los que se hacen una serie de valoraciones y entre las más importante siempre estará cuán conocido es el aspirante, sea el que fuere el origen de esa popularidad. Y el justificativo ideal surgió de Montecristi 2008, cuando se empujaron cambios en el poder electoral que no permiten al candidato hacer campaña con su propio dinero (en teoría) y le limitan el gasto con franjas de propaganda pagadas por el Estado que todos los partidos creen insuficientes para hacer conocer al postulante en poco tiempo.
Sumado a esto la voluntad y compromisos de caciques partidistas, tenemos listas como las más recientes para asambleístas, donde se cuelan personajes que jamás debieron estar ahí, que van a negociar no solo su voto, sino también cargos públicos, en desmedro de un Poder Legislativo que, si llegó al final de su período anterior botando aceite y en el más profundo desprestigio ahora, en el nuevo, parece requerir ya de un prematuro reencauche que le impida caer prontamente al mismo despreciable precipicio de corrupción. Si sirve de consuelo, antes en esas listas había líderes políticos que colocaban a sus guardaespaldas como candidatos, para contar con ellos en el interior del pleno, donde se han dado históricamente cenicerazos y golpizas.
La política es el arte de negociar y darle viabilidad a lo que la lógica podría considerar inviable. Es histórica la entrega que un anterior gobierno de derecha hizo, al más radical partido de izquierda, de su apetecido control del Ministerio de Educación al que se debía buena parte de su militancia, a cambio de los votos en el entonces Congreso, por los votos que aprobaron una reforma económica. Para eso también sirven esas curules leales al líder ocupadas por quienes buscan alguna prebenda.
“Hay que elegir mejor”. Absolutamente de acuerdo. Pero se podría avanzar en esa dirección cuando la opinión pública no se espante porque haya políticos profesionales, que surjan de partidos y movimientos que cumplan los procesos, capaciten a sus líderes y operadores políticos, al tiempo que les pulen el carisma para que puedan llegar a quienes votan impulsivamente, que son la gran mayoría. (O)