Si bien durante su campaña Macri había bosquejado el concepto de reconciliación como mensaje, fue una vez en el poder que dicho concepto se convirtió en una suerte de eje político. Como resultado de este mensaje su gobierno mostró una actitud extremadamente benévola, casi impasible, frente a la mafia kirchnerista. La historia terminó mal, como sabemos. El propio Macri al final reconoció su error. Fue aplastado en las elecciones por el kirchnerismo que regresó al poder con más fuerza que antes. Hoy Argentina se hunde en una gigantesca crisis de pobreza, corrupción y violencia. La gran esperanza de los macristas es que, según ellos, el país ha aprendido y que ganarían las próximas elecciones. Gran consuelo. Dejar que el país naufrague brutalmente para que así “aprenda” a valorarlos. Vanidad de quienes no tuvieron la sagacidad de caer en cuenta del suicidio que estaban cometiendo. La supuesta gobernabilidad y el evangelio de la reconciliación simplemente los devoró a ellos y a la Argentina.

No está claro si es una simple coincidencia, pero en los últimos días varias voces han comenzado a hablarnos de reconciliación, reencuentro, unidad y cosas parecidas. Todos estos son conceptos muy loables en un plano individual o familiar. E inclusive en el plano social, estas ideas son positivas para sanar heridas de naciones divididas por factores religiosos, raciales o culturales. Los casos de Palestina, Israel, Irlanda, Sudáfrica o los Balcanes son algunos de los casos que pueden mencionarse. Pero ese no es el caso del Ecuador. Acá lo que hay es una brecha de pobreza fomentada por una pandilla de mafiosos. El correísmo no tiene ideología, no representa ni de lejos a la izquierda o a la centroizquierda. Usa la bandera del socialismo simplemente como una pantalla. Su única ideología es abusar del poder, perseguir, secuestrar y enriquecerse a costa del Estado. La mafia de Chicago es lo que más se les aproxima. Claro que el Ecuador quiere un reencuentro. Nadie lo niega. Pero con todos los perseguidos por Correa, con los maestros vejados, con las mujeres insultadas, con los periodistas asfixiados, con los empresarios acosados. Queremos reencontrarnos con los Galos Lara, con la familia del asesinado general Gabela, con los familiares de los presos inocentes del 30-S, con los Fernandos Villavicencio o con las Marthas Roldós, y, en fin, con los miles de humillados y ultrajados por esta banda de pillos. Durante más de una década estuvieron solos, dando la cara y sufriendo persecución. Con quienes el país no quiere reencontrarse ni reconciliarse ni abrazarse ni ir a la esquina es con delincuentes que deberían estar en la cárcel y no paseándose por el mundo, ni con los padrinos del narcotráfico, ni con los amigos de las FARC, ni con los nuevos ricos que levantaron fortunas de la nada, ni con los que prostituyeron a la justicia, a la educación y al sistema de salud y nos dejaron como legado una descomunal deuda externa con la China comunista.

Así que debe tenerse mucho cuidado al usar los conceptos. Y si la experiencia de Macri no les es suficiente, bastaría ver lo que nos pasó en los años 90 donde la famosa gobernabilidad y los llamados líricos de amarnos era una simple zancadilla del dueño del país de entonces que hizo de la justicia su servilleta favorita. (O)