Cuando hablamos de negociar la paz es porque hay facciones en guerra.
En nuestra agitada vida común, las guerras han sido parte de nuestra historia. Para imponer casamientos, gobiernos, fronteras, religiones. Supremacías raciales y de género, rutas comerciales. Han costado millones de vidas a la humanidad, terminan siempre con la aniquilación del enemigo o con un tratado de paz, que se acepta por acuerdos o por imposición del vencedor. Pocas veces en los tratados ambas partes encuentran sus aspiraciones contempladas en su totalidad.
El aprendizaje colectivo más reciente sobre las negociaciones, a nivel social masivo, es que no se trata de que uno gane y otro pierda, sino de construir un camino que no es tuyo ni mío, sino nuestro. Como los hijos, que tienen rasgos de los padres, pero no son de los padres, son únicos.
Ecuador en su conjunto está despertando con perplejidad de su autoimagen de isla de paz. El que no haya habido guerrillas como en los países vecinos, ni las sangrientas dictaduras del sur, no lo califica como país de paz, porque la paz lleva en su seno, requiere, de justicia y equidad. Las enormes diferencias sociales son declaraciones de guerra, que se manifestarán tarde o temprano en enfrentamientos que expongan la violencia soterrada y admitida.
Las masacres en las cárceles revelan una realidad que en conjunto hemos ignorado y dejado echar raíces; que se manifiesta en las prisiones, pero recorre las calles, los barrios, los campos, la selva y los ríos; que hace caletas en las playas, en ciudadelas y en lugares alejados.
En las cárceles, ¿quiénes están en guerra? ¿Quiénes son las víctimas? ¿Con quién se debe negociar la paz?
Hay carteles y bandas enfrentados internamente, queriendo asumir el liderazgo en disputa, pero además con otras bandas que pelean territorios, dinero y poder. Y esas bandas tienen ejércitos pequeños y grandes que siguen sus órdenes fuera de la cárcel.
El narcotráfico es una realidad que extiende sus tentáculos a nivel mundial, que interfiere con los Gobiernos locales por el inmenso poder que las millonarias sumas de dinero que mueven les confieren.
¿Con quién están enfrentados?: con ellos mismos, con grupos enemigos, con el Estado ecuatoriano, cuya autoridad desconocen de hecho. Y con personas privadas de libertad que no son de sus grupos y no quieren serlo, pero son obligadas a formar parte. A esas realidades estamos enfrentados. No podremos solos. La realidad del narcotráfico requiere especialistas para abordarla desde los diferentes ángulos que la componen: social, legal, económico, delictivo, político.
Sus causas y sus consecuencias sí son tarea urgente. Frente a una realidad sistémica, el espejo de las cárceles requiere una intervención inmediata, sabiendo que será un proceso largo. El acento debería estar en una justicia eficaz, lo que demanda celeridad, y en la rehabilitación y reinserción de las personas en la sociedad. El trabajo y su capacitación para desempeñarlo son prioridades, así como la disminución del hacinamiento.
Hay que restaurar el tejido social, que está deshecho, herido en sus fibras más profundas. Requerirá creatividad, nuevas maneras de reparar dentro de parámetros éticos y participativos, donde las víctimas deberán estar en el centro de las negociaciones. (O)