“En 50 años no solamente aumentó el tráfico sino la cantidad de gente dedicada a dar respuestas de la droga, que siempre cuestionan cualquier cambio”; esa opinión de José Miguel Insulza, ex secretario general de la OEA, refleja la percepción generalizada por parte de quienes están convencidos de que el tema del narcotráfico pasó a ser un asunto “completamente inmanejable”, aun con el convencimiento de que, si bien la guerra contra las drogas ha fracasado, no hay claridad ni definición respecto de cuál debe ser la ruta que debe asumir un Estado en su respuesta frente a la complejidad del narcotráfico.
La forma como la violencia se sale de las manos, especialmente con las manifestaciones del sicariato, motines carcelarios, etcétera, refleja una realidad que no puede ser analizada exclusivamente bajo la perspectiva de la conveniencia o no de la tabla de consumo de drogas, la cual en nuestro país encuentra grandes seguidores y detractores. En realidad, esa tabla de consumo forma parte de un mosaico con una suma de factores agravantes, que hay que apreciarlos en un contexto general para asimilar realidades que hasta ahora han sido ignoradas por el país. Una de ellas, por ejemplo, es que usualmente, en la medida en que los líderes narcos son capturados o asesinados, la violencia criminal se dispara, lo cual obviamente no sugiere que no se capturen a tales narcos, sino entender la dinámica de un negocio que mueve miles de millones de dólares.
En un artículo titulado ‘La guerra contra las drogas: medio siglo de derrotas para América Latina’ se señala que, en la actualidad, la globalización establece pautas generales en el comportamiento del narcotráfico: “Guerrillas, paramilitares, pandillas, políticos, policías y militares, funcionarios corruptos, empresarios y el sistema financiero controlan unas ganancias estimadas por última vez en el 2009 en 84.000 millones de dólares anuales”, pudiendo solo imaginarnos cuáles son las actuales ganancias si se comprueba cómo el cultivo de coca, por ejemplo, ha crecido de manera vertiginosa. De la misma forma, se debe analizar la perspectiva de que mientras exista demanda la lucha contra el narcotráfico incorpora serias distorsiones, especialmente con cifras como las dadas por el Fondo Monetario Internacional, que mencionan que solo en el año 2017 ingresaron a Estados Unidos drogas por un valor superior a los 29.900 millones de dólares. Naturalmente esto no significa que el Estado y la sociedad ignoren el fenómeno del narcotráfico, pero sí que lo incorporen como un tema extremadamente complejo, en el cual no existen fórmulas definitivas ni mucho menos milagrosas para remediarlo.
En esa línea, también se deberá aceptar que, a diferencia de los países vecinos con una fuerte producción de cocaína, Ecuador resulta fundamental para el paso y tránsito de la droga, que es uno de los eslabones lucrativos en el circuito del narcotráfico. Y, naturalmente, no olvidar que mientras sigamos discutiendo cómo terminar con la violencia producto del narcotráfico, hay dos aspectos en los cuales se nota la ausencia del Estado desde hace muchos años: prevención y rehabilitación. (O)