Los monstruos se crean, ya para historias fantásticas o para torturar a sus pueblos con sus acciones políticas. Crecen frente a todos, se alimentan del miedo o la desidia de la mayoría mientras se cobijan en la propaganda que su corrupción paga y el silencio de sus cómplices de oportunista ideología.

Hace apenas un mes festejaban la masacre causada por su gobierno y paramilitares para controlar las protestas del 2018.

En estos días de manifestaciones donde se mal utiliza la palabra masacre, recordé las crónicas de Sabrina Duque. Al releer en VolcáNica sus relatos de esa tierra de fuego y tantos escritores invaluables para la literatura y música latinoamericana, me conmueve el horror recurrente de criar dictadores en Nicaragua. Más al reconocer –temer– la facilidad con la que crecieron Ortega y Murillo, ese par de criminales que hoy dirigen los destinos trágicos de los nicas.

Hace apenas un mes festejaban la masacre causada por su gobierno y paramilitares para controlar las protestas del 2018. Fueron entre 400 y 658 personas asesinadas en 3 meses. Esa masacre se perpetró con francotiradores disparando a los manifestantes, con fuerzas armadas y policiales antimotines disparando contra manifestantes, con paramilitares orteguistas disparando contra manifestantes.

El dúo autoritario ha perseguido y declarado ilegales a más de mil organizaciones no gubernamentales que van desde apoyo a enfermos hasta la casi centenaria Academia Nicaragüense de la Lengua. Buscan el silencio de los inconformes con miles de presos políticos que se deterioran en cárceles inhumanas ante la impavidez de organizaciones internacionales. Han eliminado periódicos impresos, partidos políticos que no les son funcionales y reprimen sin piedad toda protesta y disidencia con leyes hasta para callar aplausos.

El orteguismo roba todo lo que puede mientras intenta borrar los nombres de la historia. Desde usurpar las canciones de los Mejía Godoy hasta prohibir los libros y poemas de sus escritores Sergio Ramírez, Gioconda Belli, o sacar de textos y premios los nombres de intelectuales como Carlos Tünnermann y otros que escriben desde el exilio. Intelectuales que se jugaron la vida contra los Somoza recitando a Rubén Darío, cantando con los Mejía Godoy y leyendo los versos de Ernesto Cardenal hoy ven cómo los despojan no solo de sus hogares, sino de sus voces y letras por los desvaríos de atroces ogros. Pero la mayoría no se rinde. Jóvenes dejan los teclados y cantan las nuevas canciones y poemas creadas por los abuelos y nietos. Buscan el cambio, se ingenian maneras para sacar pronto a los corruptos.

Los monstruos existen. Son de inicio chiquitos crueles, ambiciosos que crecen gracias a la impunidad de la justicia y la complicidad de los aplaudidores –incluso presidentes y tipos llenos de títulos universitarios– que los ayudan a hincharse hasta ser devoradores de pueblos y utopías.

Gioconda Belli –salió con una pequeña maleta para ser jurado en un concurso español hace un año y tuvo que exiliarse en España– recuerda con ilusión su lucha contra Somoza, también reconoce los errores que llevaron a crear al monstruoso Ortega que hoy oprime a su pueblo: “La utopía hoy pasa por la defensa de la libertad y la democracia, no podemos ser felices sin la capacidad de incidir en nuestro propio destino”. (O)