Corrían las primeras escaramuzas de los 80 cuando asistí a la ya tradicional kermés del Colegio Javier. En los carteles se anunciaba que tocaría la banda EASY, formada por alumnos del colegio. Yo, a esas alturas, ya escuchaba rock. Solo escuchaba, pues, aunque ya tenía varios años de estudios musicales, hasta esos días no había tocado nada que no fuera clásico y con partituras al frente.
Todo el rock que estaba a nuestro alcance, que era, básicamente, británico y norteamericano, llegaba a través de las muy pocas emisoras de radio FM, principal alimento de los casetes en los que grabábamos las canciones que nos gustaban para escucharlas a nuestro antojo, aunque en algunas ocasiones viniera con promo de la radio o cortadas por propagandas.
Hasta ese domingo nunca había visto en vivo nada parecido. Lo que pasaba en EE. UU. o en Europa, se quedaba por allá. A través de los medios tradicionales llegaba con bastante retraso la información más relevante: política, fútbol y farándula. No más.
Hago esta precisión para que se comprenda, lo que para un niño entrando a la adolescencia como yo significó ver en vivo a una banda de jóvenes tocar The Queen.
Y de esa banda, sin lugar a dudas, destacaba su histriónico, delgado y flexible vocalista, Mike Albornoz, líder indiscutible del grupo, no solo por su arrollador manejo escénico sino, sobre todo, por su virtuosísima voz, que alcanzaba con facilidad los complicadísimos registros de Freddie Mercury.
Cuando prendió la llama del rock latino en Ecuador apareció Mike ya con temas propios, como siempre, de avanzada. Tus besos, San viernes y Balde de agua fría, las primeras que recuerdo. Todas con videos disruptivos para la época.
Tuve el gusto de conocerlo. En esa época éramos unos pocos los que hacíamos rock y pop rock en Guayaquil. Los más grandes, los pelados, todos nos encontrábamos, nos conocíamos. Alegre, rayado, extrovertido, sencillo y brutalmente simpático. Recuerdo que, en alguna conversación comentó que sentía que debía dominar la teoría musical; que se sentía incompleto; que debía terminar sus estudios en el conservatorio de música. Y así fue. Cuando estaba en su mejor momento de popularidad retomó sus estudios y los terminó. Y ahora sí, a componer lo que su talento en plena ebullición le demandaba; y con ello, el genio en plenitud. Sombras, Mi perfecta manera de amar y No puedo olvidarte, las más sonadas. Pero, además, comenzó a componer la banda sonora de las obras de teatro de Danzas Jazz, la compañía de baile vanguardista de José Miguel Salem. Ojalá estén a buen recaudo las partituras y las cintas. Que no se pierda su obra. Que las nuevas generaciones puedan conocerla, estudiarla y valorarla en su real dimensión.
Lamentablemente, Mike nació en Ecuador y su explosión musical se produjo en una época en la que lo nacional no era valorado; en la que todo lo que se salía del molde social tradicional era descartado; en la que el músico no tenía futuro; en la que solo se les permitía extravagancia a los extranjeros.
Buen viaje, genio. Descansa en paz, Mike. (O)