Los analistas políticos coinciden en que los candidatos finalistas han decidido correrse hacia el centro. Según esa apreciación, los estrategas de ambos lados se habrían dado cuenta de que los votos disponibles están en ese sector y no en los extremos. La idea sería que el apoyo de estos últimos ya lo consiguieron y que ahora la tarea consiste en conquistar los que se fueron hacia los candidatos centristas. Pero, esa apreciación no es enteramente acertada porque se asienta en el supuesto de que ese centro es uno solo. Que eso no es así y que cada candidato se desplaza a un lugar diferente queda claro cuando se observan las acciones desarrolladas por ellos en los últimos días.

El desplazamiento de Andrés Arauz ha consistido en mostrar distancia con Rafael Correa. La implícita y cándida confesión de que el odio estuvo de moda en sus gobiernos no es una corrida hacia el centro. Es un movimiento orientado hacia la construcción de una imagen propia para borrar la de apéndice del caudillo (o llaverito, en la caricatura de Bonil) que él y sus estrategas alimentaron desde el inicio. No se trata de un viaje hacia el centro en materia económica o política. No se ha alejado un milímetro de las líneas centrales que se establecieron en los gobiernos de su tutor y que el candidato las mantiene explícitamente. El objetivo no es una búsqueda del centro, sino reducir el efecto negativo del voto anticorreísta que, según todas las encuestas, es mayoritario.

Guillermo Lasso muestra mayor voluntad de caminar hacia el centro. Pero, hasta ahora lo ha hecho solamente en una dimensión, la de los valores. Su apertura a escuchar (ese fue el verbo que utilizó) a los grupos LGBTI y a organizaciones feministas constituye una pequeña muestra de ruptura con su conservadurismo que, dicho sea de paso, es un contrasentido –si de lo que se trata es de libertades– con su liberalismo en lo económico. Sin embargo, en la otra dimensión, la social, que refuerza su ubicación en el extremo derecho del espectro político, no ha dado más pasos que los anuncios de créditos a bajo interés y atisbos de creación de empleo. Eso no constituye una política social y no es suficiente para llegar a los votantes que poblaron ese centro difuso y heterogéneo.

A fin de cuentas, la supuesta disputa por el centro no es tal, porque los dos candidatos no se están enfrentando en ese espacio y solo aluden tangencialmente a los temas que motivaron a los votantes que se situaron allí en la primera vuelta. No es una competencia solamente en la dimensión ideológica, como sugiere la alusión al centro. Sin embargo, las campañas no han logrado identificar las otras dimensiones. Ciertamente, lograrlo es un problema mayúsculo porque estamos en tierra de caudillos, de redes clientelares, de demandas insatisfechas, de nuevas identidades, de históricos resentimientos y de votantes volátiles. Por ello han sido necesarias abundantes explicaciones para comprender las cifras inesperadas de Yaku Pérez y de Javier Hervas. Lo grave no es que existan demasiadas explicaciones, sino que todas pueden ser válidas porque las preferencias de los votantes son tan heterogéneas que no se configura un solo centro. Son varios y cuesta ubicarlos. (O)