“Puedo ser un idiota, un estúpido también, un pequeño salvaje; o quizás inmenso. Tampoco importa mucho. Ahora escribo estas líneas violentas, pero anoche fue un desastre”. Con estas palabras comienza Francisco Santana su relato en La piel es un veneno. Historia sucia de Guayaquil, y es mi manera de soportar esta tarde ausente de historias propias. Esta tarde, semana, mes, año y toda la cuarentena intermitente, encerrado, asumiendo las historias ajenas.

El círculo vicioso y efímero de mis redes sociales se muerde la cola repitiendo y olvidando las mismas denuncias, y yo, sin tener la decisión de sacudirme y abrir la ventana, bajo el dedo, de un post a otro, ¿esperando qué? Tal vez que se regrese el tiempo. Que pase el tiempo. Volver a las historias propias.

“Los tontos edifican el mundo y los listos lo derriban”, sentenció Cioran en el Brevario de los vencidos. El ruido de sus palabras cae por la cabeza, buscando tierra, pero no hay nada aquí. Más que la baldosa y esta silla y estas teclas.

Un año en pausa, tal vez algo más. Un año con el mismo espejo, y los mismos sonidos, con los mismos paisajes y esa capacidad creciente para perder el asombro.

¿De qué puedo hablar? Repetir lo que se repite. ¿Interpretar sin propósito esta realidad kafkiana?, viniera Borges y reescribiera sus laberintos desde este silencio, desde esta ceguera, Borges desde Guayaquil en pandemia.

He perdido la calle y sus esquinas. He ganado otras cosas, ideas, reflexiones, tiempo.

Con qué inocencia me reía de ese “¡Dónde!”, que repetía Andrés Crespo citando a su prima Camila en un programa de entrevistas, sin dimensionar el tamaño de ese “¡Dónde!”, esa abrupta decisión inmediata y urgente del encuentro.

Estoy seguro de que después de tanto tiempo, volver a vernos está implicando no solo estar juntos, sino entendernos de otra manera, más empática y honesta.

Mientras tanto, allá afuera, con cierta sensación de alivio, se imprime el eslogan del Ecuador del encuentro, se confía en una administración bien peinada, ordenada, sin exabruptos. Una buena pausa para el Ecuador bipolar.

A pesar de eso, o tal vez por eso, la gente se rebela y decide no vacunarse, por jachuda, por terca. ‘¿Quieres probar mi poder?’, esa cultura tan nuestra de llevar la contra solo por disfrutarlo.

Quizás, la mayor revelación de estos tiempos ha sido ratificar la importancia y necesidad de la colaboración, de la coinspiración y de la educación emocional, en un mundo que se ha centrado tanto en las estadísticas, rankings y la competencia.

Mientras se posterga el regreso a esa normalidad abollada y golpeada, me pongo a revisar mis propias historias, y a redescubrirlas con sus nuevos significados, esos que esta pandemia silenciosa ha desordenado.

Finalmente, vuelvo al libro de Santana, paso las páginas imaginando esos diálogos tan cotidianos y aparentemente insignificantes, salgo a la calle por sus páginas hasta que se hace de noche. (O)