Es hora de hablar de política. No podemos callar. Se nos ha pedido firmar un cheque en blanco con la promesa de un mejor Ecuador. La narrativa de una nueva constitución ha instalado la idea de que la actual protege al enemigo –al delincuente– y no al ciudadano. ¡Falaz y grave afirmación! Nuestra constitución, con 17 años de vigencia, ha permitido avances importantes en materia de protección de derechos, y no, esto no tiene nada que ver con promover la delincuencia.
El poder de turno ha encontrado un nuevo enemigo: la Constitución, y en esta ocasión, al parecer, ese argumento convence. Con ello, no pretendo negar los problemas constitucionales ampliamente discutidos, como el hiperpresidencialismo, los cinco poderes del Estado, ni mucho menos desconocer que existen reformas que deben debatirse. Pero reducir los males del país a la Constitución es una salida fácil, no una solución.
Platón advertía que el mayor peligro para una sociedad no es la ignorancia, sino creer que se sabe sin saber realmente. En su pensamiento, la dóxa –la opinión– es un terreno movedizo, cambiante como las sombras del mito de la caverna; mientras que la episteme –el conocimiento verdadero– exige un ejercicio de búsqueda, diálogo y razón. Hoy, mientras volvemos a discutir sobre la idea de una constituyente, conviene recordar esa advertencia antigua pero vigente.
Las redes sociales (espacios de opinión) hierven de juicios, consignas y emociones que, aunque legítimas, muchas veces nacen de la inmediatez más que de la reflexión. Opinamos antes de comprender, compartimos antes de contrastar y terminamos construyendo nuestras certezas sobre sombras proyectadas en la pared de la pantalla.
Pero una constitución no puede fundarse sobre la dóxa. Reescribir las reglas del pacto social exige algo más que entusiasmo o miedo: exige conocimiento, deliberación y conciencia de lo común. Sin embargo, en el Ecuador actual se nos pide confiar sin más, sin un contenido claro de las reformas que se pretenden. Entonces, en el debate constituyente, la filosofía platónica nos invita a una tarea urgente: elevar la discusión pública desde la opinión hacia el conocimiento. Escuchar no solo lo que se grita más fuerte, sino también lo que se argumenta con razones. Exigir a nuestros gobernantes coherencia y claridad en sus afirmaciones. Y sobre todo, preguntarnos no solo qué queremos cambiar, sino también por qué y para qué.
Si dejamos que la opinión gobierne sin el filtro del pensamiento, corremos el riesgo de escribir una constitución a la luz de las sombras. Pero si asumimos el desafío de pensar críticamente antes de opinar, quizá logremos, como quería Platón, que la política vuelva a ser el arte de buscar juntos la verdad y no solo el eco de nuestras cavernas digitales.
Los ecuatorianos no podemos seguir consumiendo show político ni viviendo de esperanzas vacías disfrazadas de refundación. Una propuesta seria de reforma debe nacer a la luz del conocimiento, no de la sombra de la manipulación, lo cual implica comprender el rol del Estado, fortalecer sus instituciones, respetar la democracia y promover una convivencia pacífica de mínimos acuerdos. (O)