Mientras escribo estas líneas, por primera vez en la historia de Estados Unidos un director del FBI es sindicado por prevaricato y obstrucción de la justicia. También por primera vez en la historia, el Gobierno de Donald Trump se pasó por encima la carrera de varios fiscales para poner a la persona que haría el trabajo sin beneficio de inventario. La exreina de belleza es abogada de seguros y nunca ha litigado casos penales o siquiera administrativos. El actual director del FBI, Kash Patel, no está muy lejos del nivel de la fiscal encargada de someter a James Comey. También es el primero en servir como director sin nunca haber ejercido ningún rol en las fuerzas policiales o el sistema de justicia estadounidense. Se hizo famoso por locutar pódcasts conspirativos.
El populismo nacionalista estadounidense está demostrando que no se necesita cambiar la Constitución –ni siquiera leyes significativas– para violar principios y arrasar con precedentes. Ha bastado poner a personajes cuya grotesca ignorancia sobre los temas que deben manejar es un requisito determinante para su falta de principios. Como ellos mismos lo han señalado en todos los medios, “solo nos importa ganar”. Y ese es el denominador común que los une con su líder máximo: una combinación agresiva de codicia personal y tribal en donde no hay espacio para la convivencia, mucho menos para la democracia. Esta convivencia agresiva de codicia e ignorancia es lo que se denomina kakistocracia, donde el único requisito es la lealtad sin preguntas. Y no es necesariamente que este sea un mal solamente de la derecha. Basta revisar las credenciales de los miembros del gabinete de Gustavo Petro y Nicolás Maduro. O las selecciones de cargos de Javier Milei y Daniel Noboa.
Hay muchas reflexiones que podemos hacer quienes todavía preferimos la democracia, pero hay una consecuencia central que todos están olvidando: la eficiencia. Un gobierno sin talento y sin talentos, sin voces con legitimidad y autoridad, sin experticia probada no provee servicios básicos, ni soluciona problemas colectivos como la inseguridad, la pobreza, la desigualdad. Nadie busca académicos gobernando, pero en pleno 2025 hay centenas de profesionales probos que podrían servir al Estado, si el requisito fuera solamente su profesionalismo y ética antes que la lealtad a un líder o a un proyecto.
Mientras el espectáculo del poder, los debates virales y mediáticos continúan, la economía sigue estancada o decrece, miles de enfermos se quedan sin tratamiento o maltratados en hospitales y centros de salud y nadie gana. Las protestas sociales son solo un síntoma para demandar al Gobierno servir como debería. Destruir las bases técnicas del Estado se vuelve una verdadera tragedia de los comunes, siguiendo el concepto de Elinor Ostrom, donde cada nuevo funcionario que acepta un cargo para el cual no está capacitado, ahonda en crisis. Es hora de que estos líderes se pregunten si vale la pena cambiar todo para que no cambie nada. Es hora de que estos líderes se den cuenta de que más temprano que tarde hasta sus negocios personales se verán afectados por tanto desgobierno y desmanejo. (O)