Frente a varios secuestros ocurridos últimamente, algunos mensajes de las redes sociales me han interpelado con fuerza.

Muchos decían: justicia divina. Ahora les toca a ellos. Casi aplaudiendo que los secuestros hubieran ocurrido.

En esa frase tan corta hay elementos muy claros que requieren detenerse un momento por lo menos.

Justicia… Divina… ahora el castigo llega a los que tienen poder y recursos. La revancha como justicia, el resentimiento y el odio como trasfondo para aplicar la ley. Cuando comenté esa frase con personas de barrios populares sentí la rabia interna que tienen con los que poseen recursos, aunque sea producto de trabajo y esfuerzos. Una envidia camuflada de honestidad y derechos. Y pensé que con esos sentimientos será difícil reconstruir el país. El alma del país está enferma, requiere cuidados, comprensión y ternura. Hay que recuperar el valor político de la ternura entre la andanada de insultos que salpican casi todos los análisis. Pues nos estamos haciendo peores que aquellos a quienes combatimos.

Incertidumbre

La justicia es la capacidad de dar a cada uno lo que cada uno necesita, más allá de las leyes que nos rigen que deberían estar al servicio de la equidad. No es lo mismo igualdad y uniformidad. La justicia cuando nos trata como iguales no nos debe convertir en clones. Estamos claros que vivimos una justicia atravesada por corrupción, malas prácticas, el poder del dinero y las relaciones de compadrazgo. Y lastimosamente hay mucho que recorrer para que la justicia sea un referente seguro, transparente y confiable para todos en el país.

Grave es ponerle a Dios como justiciero, como quien aplica esa justicia.

Pero lo que me inquieta más es que se considere a los secuestros como un mal necesario, como el rayo ejecutor de la voluntad de Dios. Lo que conlleva a considerar que los secuestradores ejercen un rol purificador en la sociedad.

Realmente pensar en todas las consecuencias de esa frase escrita en medios masivos, y replicada por muchos, parece reflejar el deterioro de una sociedad ávida de venganza.

El país del (des)encuentro

Y vuelvo a mis grandes referentes Nelson Mandela y Gandhi. Ambos tenían más que suficientes experiencias y sufrimientos de maldad en carne propia y la de sus conciudadanos para querer arrasar con todos aquellos que eran responsables de esos padecimientos personales y colectivos.

Ambos optaron por la no violencia en la lucha por la libertad de sus pueblos. Lo que requería mucha más fortaleza que el descargar la ira sobre sus adversarios, y necesitaba de un pueblo organizado que aceptara los costos que su elección demandaba. “El coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él… la persona valiente no es aquella que no siente miedo, sino la que conquista ese miedo”, señaló Mandela.

Y Martin Luther King dijo alguna vez que cuando su sufrimiento se incrementó se dio cuenta de que había dos maneras de responder a esa situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa.

Quizás es esa fuerza creativa la que debe despertar entre nosotros para hacer frente al desánimo, a la falta de esperanza y la incertidumbre de un futuro cercano que se avizora peor y ser los artífices de un levantamiento colectivo que dice ‘esto lo cambiamos’. (O)