Independientemente de si es Guillermo Lasso o Yaku Pérez el contendor en la segunda vuelta electoral, a los actores políticos democráticos de la hora se les ha presentado una gran oportunidad para demostrar su predisposición para construir país y no solo para apostar por las tiendas partidistas, las tendencias ideológicas o los intereses personales, pues las cifras indican que el correísmo, pese a las ofertas chuecas de Andrés Arauz, ha caído en el nivel más impopular de toda su historia. Hay que desenmascarar el descaro del binomio Arauz-Rabascall de presentarse como el trinomio Correa-Arauz-Rabascall.

Rafael Correa es un prófugo de la justicia que sigue intoxicando al Ecuador con noticias falsas e informaciones torcidas.

Y todos hemos visto que Arauz y Rabascall se comportan como marionetas de Correa, tanto que la principal consigna de su campaña ha sido declarar inocente al sentenciado. Ante este hecho, es necesario volver a pronunciar la consigna “¡Fuera, Correa, fuera!” que fue parte de la lucha antiautoritaria que en las calles se libró mientras Correa era presidente. Para institucionalizar nuestra democracia es preciso demoler definitivamente la estructura delincuencial que montó el régimen correísta.

Por eso, Guillermo Lasso y Yaku Pérez –y todos los otros actores políticos– están obligados a mantener cordura cuando uno de ellos, distanciados por pocos miles de votos, será el contendor de Correa-Arauz. En estas preocupantes circunstancias, aunque en la conquista por el voto los candidatos se hayan hecho acusaciones mutuas –a veces exageradas, infundadas y poco responsables, como la de que se ha planeado un fraude electoral–, es urgente conducirse con madurez, sabiduría y humildad, ya que para derrotar al correísmo se requiere del acuerdo de más del 67 % de votantes que no optó por Correa-Arauz.

En un reciente artículo, José Hernández ha hablado de un cogobierno entre Lasso, Pérez y Hervas, los más votados que han expresado moverse en una postura anticorreísta. No sé qué forma podría tomar esa nueva alianza, pero Lasso y Pérez deben meditar con seriedad esta alternativa que acaso podría inaugurar un nuevo momento político que establezca, una vez declarado un segundo finalista, un pacto que posibilite, a quien compita contra Correa-Arauz, asumir los planes de las otras candidaturas. La política que trasciende exige renuncias, y la principal amenaza política de un Ecuador democrático y libre es ese Rafael Correa que vocifera que regresará para vengarse.

No es dable llamar a la convulsión social si no existen pruebas comprobadas de que se ha producido un fraude. Aunque el Consejo Nacional Electoral ha generado desconfianza por sus actuaciones ambiguas, varias tendencias políticas están representadas en él y los errores e inconsistencias de ciertas juntas electorales, hasta ahora, no configuran fraude. Ser responsables, políticamente hablando, es pensar en el mejor interés de la mayoría de ecuatorianos, y no de una sola candidatura. Por eso, a pesar de las notorias diferencias, es una obligación ética que Lasso y Pérez encuentren visiones sobre las que puedan coincidir y, si es posible, cogobernar. (O)