En enero pasado escribí el artículo ‘Estado interdicto’, en el que describía un Ecuador cayéndose a pedazos, con poderes del Estado enfrentados, gremios enfurecidos, posiciones ideológicas impidiendo acuerdos urgentes y la esperanza de salida a una crisis nacional profunda, alimentada por décadas de malos manejos de gobiernos y esa eterna dicotomía popular de ilusión y desencanto. Pulula el irrespeto a la Constitución, las leyes, la desobediencia civil, la corrupción institucional. Hay desesperación, pobreza, inseguridad, diáspora, muerte de compatriotas en calles propias y fronteras lejanas.

La pugna Legislativo-Ejecutivo engendra acusaciones y amenazas. Hay recelo ante los anunciados proyectos de ley; existen agricultores furiosos por promesas incumplidas; el controversial tema combustibles puede atizar nuevos estallidos indígenas –sin un aliado del Gobierno devolviéndolos al páramo– y fortalecidos con otros gremios indignados; Pandora Papers penan Carondelet y alborotan la Asamblea. El presidente Guillermo Lasso está en una encrucijada con su propia familia salpicada y “fantasmas” triunvirales serruchándole el piso. Sean estos reales o imaginarios, el mandatario trata maniobrar en un escenario minado para cumplir sus promesas de combatir la podredumbre institucional, corregir problemáticas profundas heredadas, activar la economía, generar empleos, pero encuentra un obstáculo casi infranqueable en la Asamblea. Hay poco manejo político del Legislativo y el Ejecutivo; posiciones ideológicas estancan la ansiada reactivación económica.

Pareciéramos carecer de cuadros técnicos y políticos probos, patriotas para dirigir la “nave” nacional en su travesía más turbulenta. En cinco meses ya hay asambleístas cuestionados, ministros dimitidos; tensión por proyectos de ley que pretenden levantar al país. Lasso apunta a hacerlo con ciertas fórmulas que generan anticuerpos, pues se teme que en lo laboral legitime trabajadores de primera y segunda; en lo tributario afecte de carambola a los pobres; y las inversiones hipotequen más los recursos naturales. Se debería sacar lecciones de Chile y Colombia, donde recetas del FMI (Fondo Monetario Internacional) activaron bombas sociales dolorosas. ¿Pero qué otra salida le queda a un gobierno que recibió un país con crisis económica, sanitaria, ético-moral, y la sociedad no se hace cargo de su parte de culpa? Un solo hombre no es culpable de nuestro presente.

La crisis actual es el cúmulo de varios gobiernos, de un Estado corrupto, decadente alimentado por políticos pillos, mediocres (salvo excepciones). Prometieron la “Suiza de América”, pero la corrupción, la violencia, la inseguridad, el miedo, la huida nos encamina a Somalia, Haití, Libia. ¿Cómo se recompone este caos para no llegar allá? Se habla de congelar el precio de los combustibles, dividir, modificar y retrasar algunos proyectos para calmar los ánimos y evitar estallidos; quizá sea tarde a estas alturas. La corrupción debilitó a las instituciones; se ha errado mucho en la conducción del Estado. Lo racional y urgente es un acuerdo nacional de salvación que nos desvíe de esa senda peligrosa del Estado fallido. (O)