Cuando los hechos paradójicos se acumulan, se vuelve muy difícil reconocer el nivel en que cada uno de ellos se sitúa en la imaginaria escala de la irracionalidad humana. Las campañas contra la vacunación, el llamado a robar bien sin dejarse ver y la justificación de la dictadura cubana ocuparon puestos destacados en esa escala durante la semana pasada.

Se puede suponer que la posición en contra de la vacunación era una imitación de los aspectos más negativos de los grupos negacionistas, o que simplemente era el gusto de aparecer unos segundos en el noticiero; lo cierto es que un puñado de gente vociferaba en la calle. En una asociación imposible de explicar, colocaban a la vacuna contra el COVID en el mismo plano que el aborto. Obviamente, tienen todo el derecho de manifestarse e incluso de contagiarse, pero también el resto de la sociedad, la abrumadora mayoría, tiene el derecho a protegerse (y, como está comprobado, la protección solo se logra con la vacuna). Para solucionar el conflicto entre esos dos derechos cabe aplicar la fórmula propuesta por el presidente francés: la minoría que no quiere vacunarse debería recluirse en sus casas y deberá cubrir con sus recursos los gastos médicos y hospitalarios fuera del sistema público de salud. Si alguien carece de conciencia de vivir en sociedad, debe aceptar las consecuencias de su posición.

En el segundo hecho, además de la sorpresa que provocó la enunciación de los valores que guían a la legisladora de Pachakutik (una verdadera autodelación), fue impactante el aplauso de los concurrentes. Todos festejaron a rabiar, como si esas palabras les abrieran las puertas para que ellos también puedan dedicarse, sin problemas y sin dejarse ver, a la actividad que ella alentaba entusiastamente. Más impactante aún fue la reacción de su partido, que aludiendo a la manida justificación de las palabras sacadas de contexto y a la argucia de problemas de idioma, la va a dejar sin la sanción correspondiente. Si es así, si Pachakutik no limpia su propia casa, tendrá que dejar de lado la posibilidad de repetir el triunfo de la última elección. El invento de la tradición del ama shua quedará reducido a una frase vacía, una más entre las muchas que se repiten en un escenario político que supuestamente intenta renovar y depurar.

La posición de la izquierda nacional y latinoamericana frente a la represión de las protestas en Cuba ocupa un lugar destacado dentro de la escala del absurdo. Aquella voz que se levantó para defender el derecho de los pueblos a la protesta en los recientes casos de Ecuador, Chile y Colombia queda como una mentira oportunista cuando se la usa para defender a la dictadura más longeva del continente. La irracionalidad llega al límite cuando la califican como una forma de democracia (con rotunda y resuelta ignorancia, una asambleísta aseguró que allá el pueblo elige al presidente) y, sobre todo, cuando colocan la autodeterminación de los pueblos por encima de los derechos humanos. No cabe sino sorprenderse por la capacidad de sobrevivencia de las facetas más oscuras de Lenin y del espíritu profundo del estalinismo.

Libertad de contagio, el robo bien hecho y las dictaduras buenas: valiosos aportes para la escala del absurdo. (O)