Neisi está en la vorágine de los reflectores y la lupa, con su turbante o su bandana según queramos llamarle, con su fuerza y su historia, que son miles de historias, varios continentes y muchos países, cientos de seres humanos en sus raíces; ella de pie en el podio, bella, digna, resplandeciente. No solo por la medalla, sino por su luz interior, sus ojos deslumbrados, su risa franca, su grito potente y sus afectos que son pasado y son presente, que son ausencia y son presencia, con su juventud y sus ancestros. Sus logros y sus fracasos, sus sufrimientos y sus alegrías, todo reunido en un faro que encandila.

En una reseña cuyo autor no conozco, nos informan que Dajomes es el apellido de la madre, que tiene su origen en el reino de Dahomey, situado en la región costera de la actual República de Benín, famoso por sus mujeres guerreras y por ser puerto de salida de esclavos en el siglo XVIII, desde donde sus antepasados llegaron a Cartagena en Colombia. Sus padres huyeron de Colombia por la guerra que asoló ese país durante más de 50 años.

Nació y creció en Puyo, Pastaza, esa parte de Ecuador más conocida por su petróleo que por su gente, donde hasta hace pocos años no se consideraba un privilegio nacer y vivir, porque estaba lejos de los polos referenciales de cultura, alcurnia y desarrollo del país.

Es hija de refugiados, de raza negra, mestiza y pelo ensortijado, lleva la bandana o el turbante de colores brillantes, vitales, esos que sus antepasadas llevaban como signo de liderazgo, una corona de tela, para guardar semillas, cargar cántaros con agua, alimentos, bateas y que ahora se está convirtiendo en símbolo de fuerza, triunfo, entereza y libertad.

Neisi, Tamara, Angie son representantes de Ecuador, pero también de África y del mundo. De los refugiados, los migrantes, de los excluidos, de las mujeres, de las regiones y pueblos olvidados, de los constantes, de los que luchan, de los que esperan y a veces desesperan. Son ellas y son multitud. Porque son el espejo donde muchos quieren mirarse y reflejarse. A pesar de ellas mismas son modelos y ejemplos. Son presente que quedará atrapado en la vida de muchas jóvenes, donde germinará lo que vieron, como posibilidades de perseguir sus sueños.

No se trata de reclamar influencias, responsabilidades en su formación, y querer felicitaciones que no se merecen. No se trata de decir nosotros a un triunfo que se conjuga en primera persona, y el nosotros lo deben decir ellas con el conocimiento y agradecimiento a quienes contribuyeron a sus logros.

Pero sí es una reivindicación de todo lo hermoso que tiene el ser humano, del abrazo de razas y culturas. Del deporte como disciplina y como fiesta, catalizador de esfuerzos, desafíos, hermandad como la de los atletas que compartieron el oro. Y un llamado de atención para no llevar al límite la capacidad del cuerpo humano y querer convertirlo en una máquina de triunfos, una droga de rendimiento para obtener dinero.

Necesitados como estamos de buenas noticias, en el ambiente de caos de la justicia, la capital con dos alcaldes, la victoria de las jóvenes atletas mujeres impregna el ambiente de optimismo y de sonrisas, de esperanza y de certezas.

Gracias por tanto, jóvenes de la corona transformada en turbante. (O)