¿Será que el poder tiene sexo? ¿O se trata de que hay un sexo que ejerce de manera más notoria, estructurada, dominante el poder?
Hay muchas definiciones y acercamientos a la palabra poder, se la aborda desde diferentes ángulos, pero es claro que, sin muchas discusiones, sabemos cuándo lo tenemos y cuándo no gozamos de él, también sabemos cuándo lo ejercen con nosotros, sin nosotros y contra nosotros. El ejercicio del poder está ligado muchas veces a la fuerza física, a las armas, al uso de la palabra o a justificaciones religiosas.
Lo que nos llega de Afganistán son imágenes crudas e indignantes del ejercicio del poder apoyado en supuestas reglas religiosas. El poder religioso, salvo excepciones, siempre se ha ejercido por hombres.
Cuando oímos y vemos en las noticias las leyes que imponen a las mujeres y su grado de sometimiento, además de la indignación y la impotencia, muchas preguntas afloran.
¿Por qué el cuerpo de las mujeres es objeto de tantos miedos que, para someterlo, callarlo, hay que esconderlo, taparlo, ignorarlo y, si los hombres lo consideran necesario, azotarlo, mutilarlo, por último, asesinarlo?
¿Cuál es el poder de su cuerpo, que deben destruirlo, opacarlo, silenciarlo, convertir a las mujeres en una sombra que no puede estudiar ni leer, menos opinar? Y en esas condiciones tampoco puede amar ni alcanzar su plenitud.
¿Cuál es el poder que tienen las mujeres y al que tanto se teme? Porque si no se le temiera, no se ejercería violencia en su contra. La historia muestra que ha sido una constante considerarlo propiedad del varón, desde los cinturones de castidad cuando se partía a las cruzadas y las mujeres debían esperar el regreso de sus amos, hasta quemarlas en la hoguera cuando se las consideraba brujas, hasta perder el apellido cuando se casan o unirlo con un de al de su esposo, lo que indica pertenencia.
En el mundo de profundas crisis que vivimos, los miedos se manifiestan de diferentes maneras, y el poder se ejerce de maneras diversas. Las diferentes culturas así lo manifiestan, pero todos los seres humanos somos solidarios de lo que sucede en esta tierra que habitamos, nada de lo humano nos es ajeno.
Además de indignarnos, ¿qué podemos hacer cada uno en nuestro lugar para cambiar las relaciones de poder que nos ahogan a todos?
La palabra que el cuerpo de la mujer dice y que se quiere callar es que la vida es un regalo que hay que cuidar, que duele parir, duele mantenerla y que no nos pertenece. No es una posesión, es un don. La vida que nace del cuerpo de las mujeres se vuelve autónoma, pero no puede sostenerse sin los demás. Sin todos los demás. Ese cuerpo tan temido, maltratado, vilipendiado y deseado, despreciado y desconocido expresa que recibe y da, que los seres humanos no avanzamos solos y que destruir es fácil, puede hacerse en un instante, pero construir, crear, lleva toda una vida y es frágil. El poder es masculino, la vida es femenina, ambos se necesitan, pero no son iguales, son complementarios. El poder de dar vida, de servir, de admirar.
Cuando el odio, las ambiciones, el poder que se quiere usar sobre los demás dirige las acciones, entonces todos los terrores son posibles.
Más grave aún si Dios es justificativo y el asesinato se transforma en un rito. (O)