Cuando la pandemia del COVID-19 aterrizó en el Ecuador y azotó Guayaquil sin misericordia alguna, inundándola de dolor, angustia y desconcierto, tuve el honor de formar parte de la iniciativa ciudadana denominada Comité de Emergencia por Coronavirus Guayaquil, que desplegó los esfuerzos de la empresa privada en coordinación con oenegés e instituciones públicas locales, para asumir el liderazgo del combate a la pandemia, ante la escasa e indolente inacción del gobierno central, el cual, salvo honrosas excepciones de unos cuantos funcionarios que sí se fajaron por Guayaquil (más por decisión personal que por estrategia institucional), quedó debiendo una vez más a la ciudadanía en momentos en los que más se lo necesitaba.

No seré yo quien cuente todo lo que se hizo para combatir la pandemia en Guayaquil, en lo político, logístico, económico, jurídico y científico; hay muchos héroes silenciosos que ayudaron a salvar miles de vidas, aportando su experiencia e incluso en muchos casos, su propio patrimonio personal o corporativo. Nada de egos ni disputa de protagonismo; solo manos abiertas y dispuestas a empujar desde sus propias capacidades para levantar a Guayaquil. De entre ese equipo de gente muy valiosa y comprometida con su ciudad, tuve el gusto de conocer a Carlos Cueva González, quien tuvo un rol esencial. Sus ideas, tiempo y recursos puestos al servicio del proyecto fueron fundamentales para dotar a Guayaquil de una casi inmediata respuesta al pandemónium que vivíamos. Su energía y permanente interacción con casi todos los equipos y comités que se conformaron para enfrentar la pandemia fue decisiva.

Por tal motivo, nos causó gran alegría saber que el presidente Lasso lo había designado para liderar el proceso de vacunación del nuevo gobierno. Primero, porque conocíamos de sus capacidades y entrega, y segundo, porque sabíamos que desde el sector privado y sin las ataduras de la asfixiante burocracia que nos gobierna desde 1830, alcanzar el objetivo proyectado de vacunación sería posible.

Han decurrido menos de dos meses y la vacunación, literalmente, vuela; día a día se superan los índices de inoculaciones; cada vez hay más puntos de vacunación y las edades comienzan a bajar; y el reciente ingreso del sector privado a la logística seguro será el impulso final para alcanzar el objetivo que los agoreros del desastre vieron como inalcanzable.

Más allá de los valiosos esfuerzos desplegados por diferentes estamentos del Gobierno, con el presidente Lasso a la cabeza, sobre todo en asegurar la dotación de vacunas con diferentes gobiernos y farmacéuticas, no cabe la menor duda de que, detrás de todo lo que vemos, está la mente y el corazón de Carlos Cueva, un motor humano para quien no existen imposibles, que no se detiene ante la adversidad y que, estoy seguro, será recordado como el gran gestor de la recuperación pos-COVID del Ecuador.

Desde esta columna hemos considerado justo resaltar su gestión, al tiempo de aplaudirla.

Ojalá su participación en beneficio del país no termine con la vacunación. Ojalá esta práctica exitosa de colaboración por parte del sector privado sea la primera de muchas más que vengan en el futuro cercano. (O)