En días pasados uno de los cabecillas de las protestas violentas que azotan a ciertas provincias andinas fue claro en su advertencia al Gobierno. O el presidente se somete a sus demandas o será derrocado. A eso se enfrenta no solo Noboa, sino todo el país. Y como para que lo tomen en serio, el Sr. Vargas comenzó a recitar jactanciosamente las caídas de Bucaram, Mahuad, Gutiérrez y los aciagos acontecimientos durante los gobiernos de Moreno y Lasso como testimonios de su valentía. El líder indígena no escondía su vanidad por haber contribuido a los mencionados golpes de Estado y crisis institucionales.

Es repudiable que alguien se jacte públicamente de haber causado tanto daño a nuestra frágil democracia, tantos perjuicios económicos, especialmente a los más vulnerables, y sobre todo haber provocado la muerte de tanta gente inocente. En su ofuscado engreimiento el Sr. Vargas, sin embargo, se olvidó de un detalle. Los golpes de Estado, derrocamientos y crisis de las que él se solaza no se hubieran concretado de no haber existido la participación, muchas veces solapada, pero abiertamente cínica, de las mayorías móviles enquistadas en el Poder Legislativo. El golpe contra Bucaram, por ejemplo, no habría ocurrido sin la activa conspiración de los diputados de turno. Sí, el movimiento indígena salió a las calles, cerró las vías, incendió negocios, intimidó a la gente, pero al final del día se limitaron a ponerle el balón para que sea el Congreso quien lo patee y le meta un gol al sistema constitucional. Llegaron al extremo de declarar demente al presidente en funciones con el voto de 42 legisladores vestidos de psiquiatras. Y así por el estilo. Algo similar ocurrió con Mahuad, Gutiérrez y las otras crisis constitucionales de las que tanto se alardean ahora los dirigentes indígenas.

La historia es probable que se repita. Pero nunca es idéntica. Hoy el escenario ha cambiado. Ese foco infeccioso de conspiración, intrigas y componendas que se concentraba en el Poder Legislativo está hoy bajo control del Ejecutivo. El bloque dominado por el movimiento indígena ha sido reducido a su mínima expresión. El Sr. Iza fue derrotado aparatosamente en las últimas elecciones. Su plan de gobierno, que hoy pretende imponer, fue rechazado abrumadoramente. Y el otrora partido social cristiano, ganador de varios Óscar por extorsionar a los gobiernos de turno para manejarlos como títeres y luego derrocarlos, ha quedado igualmente reducido a la nada luego de su vergonzosa entrega al crimen organizado. Queda únicamente el correísmo como una importante fuerza electoral, pero sin el peso político del pasado, como el principal factor de desestabilización.

Pero si bien es cierto que la ausencia en el Parlamento de dos de los tres conspiradores magnos de los últimos años es un alivio para la estabilidad constitucional, no es menos cierto que hoy los cabecillas de la violencia que ha secuestrado a nuestra democracia cuentan con un poderoso aliado, como es el narcotráfico.

Es la irrupción de esta fuerza en la arena política nacional la que introduce un elemento nuevo y complejo. Ya no solo se trata de tumbar o no al gobierno de turno por las simpatías o falta de ellas hacia su líder. El problema es mucho más profundo, pues, pone a prueba al sistema político como tal. (O)