Alcanzar acuerdos en la vida no es fácil. Ni en la familia, ni en las empresas… y peor, obviamente, en el país. Somos 17 millones de ecuatorianos que debemos llegar a visiones razonablemente compartidas, y como eso no es operativamente posible, la democracia ha escogido el sistema en el cual elegimos representantes para que lo hagan a nombre nuestro. Y ahí empieza el problema: ¿nos representan intentando comprender lo que el país quiere y necesita?, ¿o terminan representando sus intereses? Obviamente en una mala democracia como la nuestra sucede lo segundo: el día de las elecciones termina la democracia representativa y empieza el juego de los intereses, que son de naturaleza muy variada: la vanidad (lo menos grave), la venta (directa o indirecta) de votos en la Asamblea, los cálculos electorales para posicionarse no frente a las necesidades del país, sino a la eventualidad de un buen resultado electoral (“si me opongo al Gobierno, ¿eso me genera más o menos réditos?”). Y más… Por supuesto también hay ideologías detrás de ciertas actitudes políticas que dificultan los acuerdos, y eso es totalmente aceptable, pero las ideologías no pueden ser compartimientos estancos (o estancados) donde uno no puede caminar hacia el diálogo con otras ideologías.

Y en ese juego estamos en este momento. El Gobierno va a proponer una serie de medidas y reformas, y muchos ya se posicionan en contra: “Si plantea tal cosa, eso es inaceptable”, sin saber qué mismo viene, y sin ningún intento de diálogo, peor de comprensión de las propuestas. Y entonces muchos escogen (“por si acaso…”) el camino de oponerse a todos. Hay los que dicen NO a la eliminación del subsidio a los combustibles (aunque muchas veces son ambientalistas que no quieren entender que esa es la mejor manera de hacer daño al entorno), NO a la reforma laboral (aunque solo el 30 % de ecuatorianos tiene empleo adecuado), NO a la reforma de la seguridad social (aunque el sistema está quebrado y no habrá manera de cumplir con las jubilaciones ofrecidas), NO a la apertura al mundo (aunque estamos claros que hay más oportunidades que riesgos), NO a la reforma del Estado (aunque todos los días vemos la inutilidad y lastre que significa mucho del gasto estatal), NO a impuestos focalizados a un grupo de mayores ingresos (aunque sabemos que hay gente que ha vivido mejor la pandemia y puede hacer un aporte solidario).

La política del NO es inaceptable. No se puede decir NO a todo. Hay que decir SÍ a ciertas cosas al menos, luego de haberlas discutido sensatamente. Lo que propone el Gobierno no puede ser la última palabra, pero sí el comienzo de un diálogo. Todos estamos en el mismo barco, y el NO constante es solo negarnos a nosotros mismos. Por supuesto hay otro camino directo, y es la Consulta Popular, pero debemos tomar eso solo como una opción última (y bastante mala, porque los temas son demasiado complejos como para resolvernos tachando casillas, luego de una campaña de polarización). Y luego hay la Muerte Cruzada, también una opción final mala.

Si los políticos nos representan, deben entender que no les enviamos a la Asamblea Nacional (y les pagamos) para oponerse a todo. Y lo mismo es válido para otras agrupaciones de la sociedad… ¿Muy difícil de entender? (O)