Alrededor de las once de la mañana de este lunes 24 de mayo de 2021, concluye el mandato de Lenín Moreno. Las encuestas del último año y medio coinciden en que se hizo acreedor al desagradable galardón de ser el presidente peor evaluado de los cuarenta y tres años de democracia. El nivel de rechazo es tan alto que no se puede decir que sea solamente la opinión de sus excompañeros que lo acusan de traición. Pero no faltan quienes sostienen que el juicio de la historia le será más benigno, ya que, con más dudas que acciones concretas, le correspondería el reconocimiento de haber evitado la consolidación de un modelo autoritario. Aseguran también que, en la situación económica del país —agravada por la pandemia, huérfano de apoyo político y rodeado por incondicionales de su mejor enemigo—, ningún mandatario podía salir bien parado.

Estas afirmaciones dan pie para hacer un ejercicio de política ficción o, para decirlo rimbombantemente, hacer un razonamiento contrafactual. En términos criollos, esto significa imaginar lo que podría haber sucedido si el país hubiera tomado una de las otras dos vías que estaban abiertas hace cuatro años. La primera era la instauración de un Gobierno que impulsara un cambio radical en lo económico y en lo político, lo que en términos concretos se habría producido con el triunfo de Guillermo Lasso. Si ello hubiera ocurrido, habría tenido un margen de acción sumamente estrecho, con una mayoría adversa en la Asamblea y con el desborde de la protesta social (represada autoritariamente por su antecesor). Se habría visto impedido de aplicar su programa y en general de gobernar, lo que le ponía frente a tres salidas nada agradables. Primera, administrar la crisis sin más aspiraciones que concluir con su mandato. Segunda, abandonar el cargo, ya sea por presión popular, golpe de Estado o renuncia. Tercera, acudir a la “muerte cruzada” y, aun así, enfrentar la convulsión social.

La segunda vía era la continuación de la orientación política y económica de los diez años anteriores, lo que en términos prácticos habría significado que Lenín Moreno no abandonara las filas revolucionarias. Sin los dos ingredientes mágicos del éxito revolucionario —el alto precio del petróleo y el liderazgo carismático— era imposible que el modelo pudiera mantenerse. Los resultados habrían sido más desastrosos que los que ahora están a la vista. El correísmo habría sido alcanzado por debajo de la línea de flotación, aunque siempre quedaba el líder para venir a revivirlo.

Esta segunda vía tiene una variante, y es que los propios partidarios habrían sido los primeros en exigir los resultados a los que estaban acostumbrados (obras de relumbrón, contratos para parientes y amigos, comisiones). De ahí a pedir su salida para reemplazarlo con el vicepresidente habría requerido solo un pequeño paso o, más bien, solo una llamada desde el exterior. Aunque les daría la expectativa de contar con un relativo control de la situación política, tampoco habría sido la solución, ya que, de todas maneras, se habría abierto un período de inestabilidad similar al de las dos opciones anteriores.

La realidad fue que Moreno escogió la vía menos esperada. El resultado es la apertura para instaurar un modelo radicalmente diferente. Dentro de cuatro años habrá que verlo contrafactualmente. (O)