¿Qué hemos aprendido, con lágrimas, durante esta crisis coronavírica que transcurre ya por 22 meses, incluidos los 12 completitos del 2021 que terminó ayer? Entre muchas cosas, somos peritos en “demias”.
Así, sabemos que una epidemia, aquella que puede afectar en un determinado lugar a poblaciones afines, es un juego de niños frente a una pandemia, que afecta en más de un continente sin discriminar razas, religión, edad, fortaleza o debilidad físicas. Y últimamente hemos recalcado que una endemia podría ser la luz al final del túnel: aceptar que el tan despreciable virus llegó para quedarse y que mientras sus efectos se manifiesten atenuados, a sus anfitriones (o sea, cualquiera de nosotros) nos toca no declinar en hacer hacia adentro las adecuaciones necesarias para recibirlo, gústenos o no, las veces que nos quiera visitar, no con una sonrisa, pero sí con la armadura de vacunas que han demostrado ser una barrera al evitar que el cuadro se agrave, pero sin poder evitar que el virus entre.
Entonces, “endemia” resulta ahora una buena palabra. La opción más tolerable frente a esta situación que en 22 meses ha pasado de la indiferencia a la alarma; de la alarma a la desesperación; de la desesperación al horror; del horror a la esperanza; y ahora de esa esperanza al hastío de no saber cuándo llega el final y vuelve la normalidad. Así la especie humana, si en realidad es la superior entre los que poblamos la tierra, habrá asimilado también a estas alturas que esa normalidad nunca volverá a ser calcada a la que teníamos 22 meses atrás.
¿Qué más hemos aprendido con esta crisis? Alfabeto griego. Con las delta y ómicron como las aterradoras identidades de las dos más recientes cepas del COVID-19, que volvieron a disparar alertas que creíamos superadas.
La mala noticia que han traído esas letras griegas –coinciden muchos de los científicos que trasnochan estudiando la pandemia– es que pusieron a prueba las vacunas y confirmaron que no son un escudo anticontagio, pero sí han dado muestras de serlo en el momento de evitar que la situación del contagiado se agrave. Y eso aniquila la hipótesis de la inmunidad colectiva, de rebaño como algunos la llaman, porque así tengas el más alto porcentaje de la población vacunada, se puede seguir contagiando, como ocurre justo ahora. La buena noticia, si es que se la puede llamar así, ocurre también ahora mismo con la ómicron, según los científicos, que está dando muestras de debilidad, de carecer de esa fortaleza huracánica con la que sus cepas antecesoras entraban en el organismo humano, lo cual la ubicaría en el rango de los otros coronavirus con los que ya venía lidiando hace rato la humanidad (sí, para los que no lo sabían el COVID-19 no es el primero en su especie) y provocan gripes, “trancazos” y toda una gama de enfermedades respiratorias, desde hace rato. Males endémicos (de endemia) que nunca dejan de estar en el ambiente.
Así las cosas, espero haber hecho hasta aquí correctamente mi labor de traducción de una buena cantidad de papers y datos científicos que he leído en muchas horas de encierro, y que ahora me permiten mirar el 2022 con algo más de optimismo.
¡Salud por eso! (O)
@gcortezg