En la tumba del doctor Carlos Alberto Arroyo del Río, en el cementerio de Guayaquil, hay algunas lecturas. Entre ellas una bonita estrofa: “Nuestro idilio vivirá triunfante, en la paz del callado cementerio, retornará más fuerte, que el amor es más grande que la muerte, y la verdad más limpia que el misterio”. Esta estrofa está dedicada a su esposa.
En realidad, el amor tiene un alcance mucho mayor que el sentimiento por la pareja. Se puede amar mucho a la familia, a la profesión, a los amigos, al país en que nacimos, etc. El amor por el país puede llevar, por ejemplo, a querer incursionar en el mundo de la política para entregar los mejores esfuerzos en sacar adelante a la institución correspondiente o al país en su conjunto.
Viendo el escenario actual, ¿será frecuente que alguien quiera incursionar en política nacional? Me parece que difícilmente.
Soy una persona constructiva y por lo mismo no me gusta hacer críticas furibundas, pero ciertamente el panorama global del Ecuador es desalentador. Me parece que los partidos políticos deben tomarse en serio la formación de líderes, y seleccionar como candidatos a la Asamblea a los ciudadanos más calificados posibles.
La debacle de los partidos tiene algunas causas. Una indiscutible es la ausencia de líderes que tomen la posta. Una vez en el poder, desde cualquier posición, los servidores públicos deben demostrar su amor por el país, su amor por servir, su entrega sincera. Si una persona no ama a su país, si no siente el gusto por servir, si no va cada mañana lleno de ganas a trabajar, mejor es que no se meta a laborar en el mundo del poder público.
El progreso, tanto individual como colectivo, exige esfuerzo, dedicación, noble entrega. Los indiferentes, los cómodos, los insensibles tienen asegurado el fracaso. Como regla, detrás de cada historia exitosa hay mucho esfuerzo. Pregúntenle a nuestros exitosos futbolistas en el exterior; pregúntenle a Kiara Rodríguez, esa asombrosa deportista ecuatoriana, campeona mundial, campeona olímpica que desborda humildad y entrega.
La juventud debe tener buenos referentes a los cuales seguir y admirar. En la definición de esos referentes deben considerar los valores que hay detrás. Las familias debemos inculcar a los niños y a los jóvenes la gran significación que tienen los valores en la construcción de su futuro, del progreso social, del progreso global. El amor se demuestra con el esfuerzo, con la lucha diaria, con la entrega limpia, con la entrega sin cálculo.
¿Cuándo progresan las sociedades? Cuando pueden realizar sus derechos. Cuando esa realización respeta la igualdad, respeta los principios rectores de la vida y del derecho: vivir honestamente, no dañar a otro, dar a cada cual lo que le corresponde.
Es tiempo de hacer realidad el deber ser, de seguir los senderos que fijan la virtud, la decencia y el honor. De vivir sobre la base de valores, no de vivir admirando a personas vacías que exhiben lujos y tonterías que ningún peso tienen para la construcción de la verdadera felicidad. El amor verdadero es infinito. Hay que entregarlo a quien lo merece, empezando por usted mismo. (O)