¿Cuánto y por qué perdimos el norte? ¿Por qué no podemos dialogar y llegar a acuerdos, por mínimos que sean? Hasta hace pocos años, uno se paseaba por América Latina con el mínimo orgullo de que en el Ecuador se podían hacer protestas pacíficas sin que la represión termine con muertos. En el camino, mucho ha pasado. Hay que reconocer que todos tenemos algo de culpa en un proceso que amenaza con acelerar y atrincherar las duras divisiones que siempre han permeado en el país y que se resumen en mirar a los otros con sospecha por el color de su piel, por su clase social, por su estatus económico y no contentos con la acumulación de todo lo anterior: por su región de origen.
Podemos empezar diciendo que el lenguaje de quienes gobiernan importa y mucho. El lenguaje guía acciones y percepciones de sus seguidores y también de todos los aparatos del Estado. ¿Las acusaciones de terrorismo contra líderes indígenas durante la era correísta y ahora han ayudado en algo a la cohesión social y desarrollo del Ecuador? ¿Qué consecuencias tuvo y sigue teniendo en los más de 198 líderes procesados como terroristas por protestar?, ¿cómo se percibirán a sí mismos sus hijos y las futuras generaciones de líderes en esas comunidades? ¿Ayudan en algo ahora? ¿Abate la protesta acusar al líder de la Conaie por terrorismo antes de que cometa cualquier infracción? Si algo debe hacer todo gobierno latinoamericano es extender la mano y entender las dificultades de los más humildes. No hay opción de gobernabilidad en el Ecuador sin una mesa de diálogo permanente entre Gobierno, sociedad civil y organizaciones indígenas. Amenazas, frases hechas y condescendientes lo único que hacen es ahondar las posibilidades de un futuro común con mayor bienestar y en paz. Sobre todo en paz. Rodrigo Borja y Sixto Durán-Ballén lo entiendieron hace más de tres décadas y se rehusaron a llenar de epítetos a sus contrapartes dentro del espectro del activismo social, ¿por qué los gobernantes y la clase política actual hacen lo contrario ahora? Tender puentes, ver oportunidades de construcción permanente es la verdadera política.
Empiezo por el Gobierno, porque la esencia del vocablo significa liderar educando. Si el Gobierno no lidera bajando las tensiones y tendiendo la mano, no puede esperar lo mismo del resto. Pero similar responsabilidad tienen los movimientos sociales y las organizaciones de base que los acompañan. No es mi opinión personal: las académicas Erica Chenoweth y Maria Stephan analizaron 323 procesos de resistencia desde 1900 a 2006 en todo el mundo, incluyendo 100 procesos no-violentos en el 2011. En todos los casos, la resistencia no-violenta tuvo el doble de eficacia que los violentos. Solo procesos no-violentos generan la legitimidad moral suficiente para ampliar coaliciones, ampliar el sentido de justicia y para generar costos imposibles a gobiernos que no ceden. Un movimiento que deja que sus radicales dominen la agenda, hipoteca el proceso por años hacia adelante. El espacio llamado Ecuador es el hogar de todos. Los que gobiernan y los que resisten necesitan meditar vías permanentes de solucionar conflictos, pero solo por vías pacíficas. El futuro es compartido, querámoslo o no. (O)